Miércoles, 27 diciembre 2000 Cubaencuentro punto com
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Sin más curvas...
 
ALBERTO ÁGUILA, Miami  

La tradición oral cubana —el insuperable lleva y trae callejero que desafía la efectividad de los medios oficiales— lo ha convertido ya en una estampa picaresca: hace un año el pelotero Adrián El Duquesito Hernández logró escapar vestido de mujer, escabullido en un avión que viajaba a Centroamérica.

Fue el 2 de enero de 1999 cuando —según se cuenta— el joven lanzador aprovechó la complicidad de la noche, las resacas de fin de año y la congestión del aeropuerto internacional de Rancho Boyeros, para aparecerse allí transformado en Diablo, o "diabla" en este caso. Había cambiado los spikes por unos puntifinos de tacón altísimo, los pantalones bombaches por una saya de pliegues, y la gorra de Industriales por una peluca de cabello ensortijado.

Fabulaciones a un lado, el hecho es que El Duquesito —el mejor pitcher de los Industriales en los dos últimos años— se montó en el avión rumbo a Costa Rica y ya está jugando en el béisbol profesional norteamericano.

Firmado en un abrir y cerrar de ojos por los poderosos Yankees de Nueva York, regaló un exitoso primer año transitando por las tres escalas: con el Tampa (clase A), obtuvo una victoria sin derrotas; con el Norwich (AA), 5-1; y con el Columbus (AAA) cerró en 2-1.

De modo que el 2000 le dejó al muchacho de 26 años una buena cosecha que se resume en 8 juegos ganados y solo 2 perdidos, números suficientes para que las agencias de prensa especulen si compartirá turnos de abridor en la próxima temporada de Grandes Ligas junto a los estelarísimos y archiprobados Roger Clemens, Andy Pettite, Mike Mussina y su ídolo Orlando El Duque Hernández.

El Duquesito está actualmente luchando por su gran oportunidad en el centro de entrenamiento de los Yankees en Tampa. "Me dijeron que iría al entrenamiento de primavera con la posibilidad de ser el quinto abridor", comentó el lanzador. "Confío en que pueda hacer el trabajo como abridor o relevista".

Si los Yankees optan por promover al quinto puesto de la rotación regular a algún prospecto, el cubano podría competir por la vacante que dejó el relevista Jeff Nelson.

Hernández, de 6 pies y 180 libras, dice que hará lo que le pidan: "Para eso vine a Estados Unidos, para jugar pelota". Pero admite que ha atravesado tiempos difíciles mientras se ajusta a su nuevo estilo de vida.

"Nunca había estado lejos de mi familia por tanto tiempo. A veces me siento muy solo, pero cada vez que bajo al terreno me hacen sentir como si estuviera en casa", comentó.

Hasta aquí todo parece encaminado y a todo tren. Pero más allá de los deseos de que "segundas partes sean igual de buenas", la interrogante para técnicos y aficionados vuelve al mismo punto. ¿Podrá El Duquesito reeditar las memorables hazañas a que nos ha acostumbrado El Duque? ¿Estará preparado para hacerlo con su corta experiencia internacional y bajo la presión psicológica que impone asumir un reto con los campeones mundiales?

Cuando El Duque legítimo —valga la metáfora— dejó atrás la isla, traía un ramillete de 126 victorias en diez series nacionales (sólo 47 derrotas), el mejor promedio de un lanzador amateur cubano de los últimos 40 años. Todavía su promedio de ganados y perdidos es el mejor entre los lanzadores activos, aunque las estadísticas oficiales no reconozcan su marca por su condición de "traidor" (¿a quién? ¿A la doble moral?). El pitcher cubano que más cerca está de semejantes cifras es el pinareño José Ariel Contreras —recordado por su actuación contra los Orioles de Baltimore— con 85 triunfos y 35 derrotas.

A eso se sumaba un jolongo repleto de medallas y trofeos capturados en eventos internacionales, y toda la experiencia que corresponde a un lanzador con diez años en el montículo.

El Duquesito, que siguió tras los pasos de Sir Duke en la forma de lanzar y en la decisión de escapar, llega a estos lares con algo más de 20 victorias y ningún certamen internacional de envergadura en su expediente.

Históricamente muchos jóvenes deportistas deseosos de obtener la gloria de sus ídolos, han utilizados "nombres de guerra" similares o idénticos al de sus antecesores. Recordemos, por ejemplo, que después del fabuloso Kid Chocolate surgió en el boxeo cubano un Chocolatico Pérez, a quien le faltaba la calidad, la elegancia y la rapidez del as del Cerro. Años después brilló Kid Gavilán, un maestro entre las cuerdas y que nunca fue noqueado, y su émulo no se hizo esperar: Baby Gavilán, que tenía piernas de gelatina y quijada de cristal, con demasiados faltantes para parecerse al gran Gerardo González.

Ojalá que Adrián Hernández pueda echar por tierra esos malos presagios de repetición y que se imponga en las Grandes Ligas, tal vez con un "título nobiliario" de más alto rango. El caso de Liván Hernández, que llegó a Príncipe del Box de la Serie Mundial de 1997 puede servirle también de acicate. Pero la mejor satisfacción será que a partir de ahora no tendrá que disfrazarse de nada ni de nadie, sin tintes ni satín. Si tiene la disciplina necesaria y el corazón en el medio del pecho que hay que tener en las Mayores, El Duquesito reinará a su manera, para alegría de todos los cubanos.


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