Viernes, 24 enero 2003 Año IV. Edición 541 IMAGENES PORTADA
Sociedad
Papá en el suelo sin diamantes

por RAúL RIVERO, La Habana  
Pintura
Le zumba el mamey y otras frutas tropicales
(Tere Pastoriza)

Hubo un tiempo pasado que debió ser el porvenir de mi padre.

Para él, que nació al mediodía del 11 de agosto de 1920, los setenta eran una estancia remota, misteriosa, vecina solamente de la eternidad.

Su infancia fue una nación salvaje. Allá en un Camagüey intacto y sobrecogedor donde vivían más pájaros y palmas que personas, bajo un capitalismo naif y lento.

Se hizo adicto a las frutas y a los dulces caseros. Profesional del congrí y el puerco frito, por un chilindrón hacía a caballo una semana, hasta las cercanías del puerto de Nuevitas.

Decía níspero y uno tenía enseguida el sabor del níspero en la boca. Lo mismo cuando convocaba el canistel y la guayaba, el marañón amarillo y el punzó, y cuando describía esas guanábanas que estallan en la hierba fina y dejan al descubierto su pulpa de equívocos.

Especialista en piñas y naranjas, podía determinar, por el color, la intensidad de sus dulzuras y de los plátanos manzanos, dátiles y ciento en boca apreciaba la humedad y la consistencia.

La mandarina, la lima y la ciruela, así como el anoncillo y el caimito, tenían para él categoría de entrantes o entremés.

Para refrescar, agua de coco servida en jarro de aluminio, mientras, al fondo, la masa inmaculada entraba en el primer hervor.

Para el tamarindo escurridizo y ácido usaba una fórmula sin ortodoxias: azúcar blanca para amansar su carne magra. Pero lo mantenía, junto al anón y la granada, en el capítulo de frutas trabajosas.

¿Cuál ciruela, la roja o la amarilla? Las dos, cada una en sus pieles de lujo.

Al melón de Castilla con un cuchillo grande y en tajadas de norte a sur, como a la frutabomba y al mamey colorao y al de Santo Domingo.

A todos los mangos del mundo con la mano y los dientes, en contacto directo porque en la ceremonia se incluyen los olores, el jugo y las hilachas.

Era un maestro de esa gastronomía silvestre y rural, que aprendió en los campos de Cuba.

Mi padre, que se murió en la plenitud de su futuro, en la década del setenta, y que todos los días se preguntaba sin mirar a nadie: ¿Alguien se acuerda de la piña? ¿Y del melón? ¿Cómo han podido dejar este país sin frutas?


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