Lunes, 09 diciembre 2002 Año III. Edición 511 IMAGENES PORTADA
Sociedad
La gran estafa

La carrera por los ratings televisivos en Miami acaba de poner punto final a una de sus más descaradas engañifas: 'La vida secreta de Castro'.
por IVETTE LEYVA MARTíNEZ, Miami Parte 3 / 3

A pesar de la endeblez de la serie, el Canal 23 se salió con la suya en la batalla por la audiencia. Su noticiero de la noche subió un espectacular 11 por ciento y terminó por escalar el primer lugar entre todos los espacios informativos del sur de la Florida, desplazando a WTVJ-NBC 6, que había resultado victorioso en los cinco períodos evaluativos anteriores.

Algún valor tiene el video: mostrar al autócrata cubano en familia por primera vez en cuatro décadas, sin sus poses de Mesías del comunismo.

A juzgar por los comentarios de la gente en las calles y en los medios de comunicación de Miami, la serie, que intenta presentar a la "primera familia" de Cuba como corrupta, fue un bumerang que termina por humanizar la estirpe del dictador.

Los pocos segundos de imágenes muestran a los Castro viviendo con cierto grado de comodidad, muy superior al del cubano promedio: un comedor con muebles de estilo, una vajilla, un televisor en el local, aparatos de diversiones para los niños en el patio y una piscina —por cierto, vacía. Sin embargo, comentaron televidentes decepcionados, "cualquiera" en Miami puede mostrar una casa mejor. Y "cualquiera" es una persona de clase media con un trabajo estable y un salario decoroso.

Pero ningún ciudadano cubano común y corriente tiene derecho a esas pocas comodidades. Quien ose tener una meseta de cocina de acero inoxidable —como parece ser la del gobernante— o construir una piscina, tendrá encima, nada más de pensarlo, a toda la comitiva de los CDR, el Instituto de la Vivienda y todas las entidades represivas y fiscalizadoras del barrio. El régimen cubano prohíbe, al resto de los ciudadanos, las comodidades que la elite en el poder disfruta.

El negocio de los 30.000 dólares, si fuese cierto —y aquí está la palabra de una mujer despechada contra la del hijo de Castro— indicaría que el vástago del gobernante tiene que recurrir a jueguitos sucios para ganarse algunos dólares y no tiene a su disposición una jugosa cuenta con dinero del Estado.

La cifra de los 500 dólares para un anillo de compromiso, si en Cuba es exorbitante a muchas novias de Miami les daría risa. Poco o nada es comparada con los más de 12.000 dólares que compraron en joyas el ex presidente nicaragüense Arnoldo Alemán y su esposa durante una gira por Asia, y ni hablar de los 124 millones que —según acusaciones— la pareja invirtió en verdaderos lujos en sólo cuatro años de gobierno.

Si Castro es un corrupto que gasta el dinero malversado en lujos para sí y su familia, eso no pudo verse en las breves imágenes vendidas por Torralba. Lo que se ve de Punto Cero dista mucho de la opulencia de las residencias de muchos presidentes y ex presidentes latinoamericanos, algunos con mansiones exclusivas en Miami.

Puede que Castro no sea un corrupto. Ni hace falta que lo sea para que la historia lo condene por sus violaciones y despilfarros durante 43 años en el poder. Acaso la mayor denuncia de este serial esté en la evidencia sutil de que, por las políticas del Gobierno que él encabeza, miles de familias cubanas no puedan hacer lo que hace la suya: reunirse en armonía alrededor de una mesa servida.

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