Lunes, 09 diciembre 2002 Año III. Edición 511 IMAGENES PORTADA
Sociedad
¿Dónde baila Ronald Díaz?

por RAúL RIVERO, La Habana  
Cubano
Cubano en Nueva York. 'En la luchita'

Ahora viene otra vez. Ahora, cuando diciembre se hace más denso, después del 20, para darle jamón de oro y abrigo a la gente del barrio.

Regresa siempre al final del año. En el aeropuerto están desde el amanecer todos los parientes. Los viejos, retraídos con la vista en el cielo. Las tres hermanas azoradas y escandalosas. Los sobrinos.

Lo esperan también sus dos amigos de la juventud y el viejo médico que lo sedujo en las divagaciones de los exámenes para entrar en el Servicio Militar.

Esa es su retaguardia. Esa y la colonia impía de Centro Habana, donde pasó casi 15 años en el invento y en la lucha.

Ellos lo vieron evaporarse de las calles y los solares. Lo vieron borrarse de repente de los grupos en los balcones, de las tertulias del dominó y del paladar clandestino de la azotea.

Recibieron el golpe de su ausencia en los violines de santo y en los cumpleaños. Asimilaron, con un extraño inventario de sentimientos, el matrimonio por carambola de Ronald con el señor Livio, a través de Enma, una tembana de buen ver que trabaja de choferesa en Roma.

Lo esperaron en su primera vuelta, después de once meses en Italia, y admiraron las cadenas de oro, las gafas de sol, los pantalones blancos, los zapatos de marca, y escucharon borrachos y envidiosos sus historias de la vida.

En otro viaje inauguraron el apartamento que resolvió y remozó de arriba abajo. Un tercer piso con terraza, en el centro mismo del teatro de operaciones.

En medio del fiestón (Mandy Pérez, el ex maestro de marxismo, con una peluca de Celia Cruz cantaba Volare) encendieron al mismo tiempo todos los chorombolos electrodomésticos que trajeron esa tarde de la shopping.

En la visita del año pasado apareció el Ford. Azul marino, bandas blancas, en letras niqueladas la inscripción de Fireline.

Esta semana, con el primer norte, él comienza a surgir en las conversaciones. Se empiezan a levantar sus pequeñas estatuas en los pasillos y se vuelven importantes los amigos cercanos y la familia.

Ya desde estas fechas, Ronald inicia las diligencias para volver y aquí se saca al aire su aventura.

Lo único que está prohibido es hablar de la enfermedad del señor Livio, del mal genio de la choferesa y de las madrugadas que Ronald pasa llorando mientras baila desnudo en una carpa pobrísima de Roma.


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