Lunes, 02 diciembre 2002 Año III. Edición 506 IMAGENES PORTADA
Sociedad
El despertar de una nación

En torno al asesinato político más atroz de nuestra historia: La ejecución, el 27 de noviembre de 1871, de los ocho estudiantes de medicina.
por VICENTE ECHERRI, Nueva York Parte 2 / 2

Los integristas no cuentan con las aspiraciones de una clase que posee medios de fortuna, pero carece de poder político. Una clase culta que, si bien no aspira al principio a la independencia, sí aspira al progreso, al libre comercio, a aprovecharse de la vecindad de los Estados Unidos y de las innovaciones de la revolución industrial. Éste es el origen de una república que podemos llamar, con toda propiedad, aristocrática; frente a la cual se alza la codicia de funcionarios y tenderos. Los criollos querían verse reflejados en el espejo de la América Sajona. En ese sentido establecían unas ciertas simetrías: así como Inglaterra se opuso y perdió a las trece colonias, así España se opuso y perdió un continente. Los ingleses conservaron al Canadá. A los españoles sólo les quedó Cuba y Puerto Rico. Los aristócratas criollos querían ver un destino semejante entre Cuba y el Canadá: el de dominio autónomo; pero los españoles no atendieron ni entendieron esta propuesta. Primaron las ambiciones de los logreros que medraban de Cuba en Madrid, y de una turba de funcionarios, tenderos y dependientes que hacia precariamente su fortuna en un territorio que sentían suyo, no como patria, sino como propiedad. El llamado "Cuerpo de Voluntarios" —antecesor directo de las milicias fundadas por Castro un siglo después— se nutría de esa turba, que llegó a aterrorizar y chantajear a las primeras autoridades coloniales y que veía en el menor atisbo de libertad una amenaza de su modus vivendi. Al fin, tras muchos engaños y frustraciones, algunos hacendados cubanos optaron por el camino de la independencia y empezó una gran guerra que, si bien repercutía en todo el país, se libraba tan sólo en las provincias orientales. La Habana aún estaba somnolienta; pero el odio de la turba española hizo un aporte decisivo, y era un odio de clase.

Martí, quien se destaca también como hermeneuta de lo cubano, ve claramente el asesinato de los estudiantes como una acción rencorosa de esa turba española contra representantes de nuestra clase alta que, naturalmente, se separaba de España: "Hay odios excusables, que nacen de una aberración, de una abstracción, de una pasión nacional. Hay odios, como el del 27 de noviembre, que suben, babeantes, del vientre del hombre. Cada tendero defendía la tienda. Cada dependiente defendía el sueldo. Cada recién venido defendía la colocación del hermano o del primo por venir. '¡Allí están, esos barbilindos, esos felices, esos señoritos que viven sin trabajar, cuando nosotros barremos la tienda y servimos en el mostrador, esos amos: sean criados nuestros una vez al menos!'. Y los criados se saciaron en los amos. Esa fue la otra faz del crimen" .

Hace unos años, mientras investigaba sobre este caso para una revista, me leí todo lo que publicó The New York Times aquellos días sobre este suceso. El corresponsal del diario neoyorquino en La Habana iba dando cuenta, en sus despachos, de las reacciones de la ciudadanía. El periódico agregaba las que se producían en Estados Unidos. La clase alta cubana reaccionó cerrándose en sus casas, y la sala del teatro Tacón, en plena temporada de ópera, se quedó desierta; como desiertos se quedaron los bulevares donde los ricos criollos paseaban en sus coches. El tránsito de turistas se interrumpió y el Gobierno norteamericano movilizó su Armada. La internacionalización del conflicto se barajó, si bien para entonces el anexionismo contaba con pocas simpatías. El separatismo quedó consagrado ese día, aunque aún quedaran cubanos inteligentes y honrados que seguirían buscando, por el camino del autonomismo, un avenimiento con España. La muerte de los ocho estudiantes fue para muchos cubanos un point of no return.

En lo adelante, el odio entre cubanos y españoles no haría más que enconarse. Aún quedaban muchos años de guerra, de asesinatos, de opresiones y humillaciones. El 27 de noviembre los cubanos entraron, de súbito, en la madurez; despertaron al conocimiento de que convivían en el mismo suelo con una canalla opresora que los odiaba y que era capaz de no detenerse ante nada, incluida la inocencia de unos adolescentes. La muerte de esos adolescentes significó el fin de la adolescencia de un pueblo.

La historia posterior tendría que remitirse a ese día para encontrar una explicación válida. Valga agregar que el encono de esa contienda, que se extendería todavía por más de un cuarto de siglo, aunque —con la ayuda de los Estados Unidos— puso fin a la dominación española dejó casi extinta a la clase que había puesto su mayor empeño en hacernos nación. España no ganó la guerra, pero, mirado a más de un siglo de distancia, podría afirmarse que Cuba tampoco; es decir, la Cuba mejor. Al fin, prevaleció el odio y la fe en la violencia. Un odio y una violencia que no comenzó ciertamente el 27 de noviembre, pero que en ese día alcanzó su más pura y gratuita definición. "En verdad —vuelve a decir Martí—, aquel crimen, concreción y estallido de fuerzas hasta entonces confusas, o no tan claramente manifiestas, puede ser, y ha de ser, objeto de hondo estudio, en que se acomode el resultado sangriento a los agentes sordos, y de siglos que se enconaron y revelaron en él". Una tarea que aún mucho dista de cumplirse.

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