Martes, 26 noviembre 2002 Año III. Edición 502 IMAGENES PORTADA
Sociedad
Juicios y comparaciones

A propósito de la reclamación a favor de los cinco espías del Gobierno cubano, interpuesta ante el tribunal de apelaciones de Atlanta.
por ADOLFO FERNáNDEZ SAíNZ, La Habana  
Gente
La Habana. Manifestación oficialista a favor de los cinco
espías juzgados en EE UU

Son inevitables las comparaciones: Si Miami no resulta una ciudad apta para juzgar a los castristas porque la mayoría de la población cubano-americana y la prensa son contrarios al Gobierno de Cuba, ¿en qué parte de la Isla van a ser juzgados los opositores a Fidel Castro para que tengan un juicio imparcial? ¿A qué poder independiente reclamarán los disidentes juzgados en territorio nacional, que son condenados no por espiar con nombre cambiado para una dictadura, sino por protestar públicamente y sin ocultar su identidad por una situación política con la que no están de acuerdo? ¿Qué tribunal cubano está preparado para juzgar a los que luchan por la democracia y que el Gobierno ve como enemigos? ¿Qué independencia tendrán los jueces que los declararán culpables? ¿Qué órganos de prensa saldrán en defensa de los acusados? Las condiciones carcelarias, ¿qué organización internacional las supervisará?

Son indiscutibles las ventajas de ser juzgado por un tribunal imparcial en un Estado de derecho, en una verdadera república. De ser defendido por un abogado competente e independiente, no por uno empleado del mismo Estado acusador.

Si prospera la reclamación interpuesta ante el tribunal de apelaciones de Atlanta con relación a los cinco espías de La Habana, podría verse un nuevo juicio. Así es la democracia, independiente de los humores de cualquier "héroe".

Pero en Cuba las cosas no siempre fueron como ahora. Había aquí una tradición de independencia del Poder Judicial cuya demostración más palpable fue el juicio al propio Fidel Castro y sus seguidores en el asalto al Cuartel Moncada, con la participación decisiva del magistrado Manuel Urrutia Lleó, que sería el primer presidente de la república después del triunfo de la revolución en 1959. Así fue de intachable su ejecutoria.

Al nuevo gobierno revolucionario le habría sido muy fácil dar continuidad a la tradición de juicio limpio que caracteriza a una sociedad democrática, a una república, porque los mismos líderes de la gesta triunfante fueron sus más notables, y directos, beneficiarios.

¿Dónde se cortó esa tradición?

A la mayoría de los torturadores y asesinos de la dictadura de Fulgencio Batista los capturó el Ejército Rebelde. En algunos casos los fusiló en juicio sumarísimo, procesados por un "tribunal revolucionario" compuesto por los mismos que los capturaron. Con los "chivatos" y demás sicarios de la tiranía batistiana, el recién estrenado poder podía haber dado una lección ejemplar de jurisprudencia a América Latina, plagado como estaba el continente de dictadores y caudillos, y al mundo entero. Con el inmenso apoyo popular con que contaba entonces la revolución, se podía haber celebrado con los culpables del antiguo régimen un proceso de limpieza y transparencia paradigmático, que habría consolidado la tradición civilista que ya venía de antes y habría dejado profunda huella en la cultura cubana.

La experiencia del proceso de Nuremberg era reciente en 1959. Aquellos criminales podían haber sido juzgados con la misma profesionalidad y limpieza que los secuaces de Adolfo Hitler, que fueron incomparablemente más perjudiciales y asesinos. Sin embargo, los nazis tuvieron un juicio limpio, que hizo historia.

¿Por qué Cuba no lo hizo, siendo el jefe de la revolución, casualmente, un abogado? Hermosa oportunidad de dar el pueblo cubano una imborrable lección de apego a las leyes, de Estado de derecho y de democracia. Pero ese tipo de institucionalidad no convenía al castrismo. Los planes eran otros. Había que infundir temor a los potenciales "enemigos de clase".

La realidad fue que el paredón de fusilamiento comenzó a funcionar desde el primer momento.

Si el nuevo gobierno revolucionario hubiera hecho algo como esto —con su innegable popularidad y carisma— otros gobiernos democráticos se habrían visto obligados a devolver a Cuba a los culpables de crímenes que habían logrado escapar. Pero con el paredón de fusilamiento funcionando a toda máquina, otros tuvieron la excusa perfecta para no extraditarlos.

Lo mismo se cumple para todos los combatientes por la libertad de Cuba que fueron capturados luchando contra el comunismo en el Escambray y otras zonas del país. Quienes fueron fusilados y aquellos que cumplieron largas condenas en prisión, ¿tuvieron un juicio justo?


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