¿Votar o botar? |
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Con sus 'comicios' municipales de este 20 de octubre, el Gobierno insiste en representar un monólogo por el que ya nadie paga la entrada. |
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por MICHEL SUáREZ, Valencia |
Parte 1 / 2 |
"Usted es la única que falta por votar en esta zona". No era una frase precisamente elogiosa, al filo del cierre del Colegio en un domingo electoral. Era el caso de una anciana de más de 80 años que en los últimos comicios recibía la visita de funcionarios de su circunscripción para recordarle que "no había ejercido su derecho al voto". "No quiero votar, hagan lo que quieran, ya yo estoy cumplida", dijo la señora. Y la respuesta no pudo ser más disuasoria: "Pues nosotros le ponemos la cruz". Sólo se trata de un detalle de la "democracia" socialista cubana. Un ejemplo entre millones similares.
Este 20 de octubre, en los comicios municipales, y luego entrando el año, en las mal llamadas "elecciones generales", la represión política alcanza en la Isla categoría mayor que los recientes huracanes Isidore y Lili. La contienda se desata en las propias reuniones de nominación de candidatos, consideradas por el Gobierno como "el alma de la democracia cubana".
Méritos de innovación y postulación directa tendría si no fuese por la maquinaria partidista que regentea el proceso —presuntamente espontáneo— de proponer mano en alto y con argumentos verbales. Algo teóricamente digno de aplauso; en la praxis, una manipulación bochornosa.
Una agencia independiente de noticias ha dado cuenta por estos días del "llamado de las autoridades del Partido a tomar la vanguardia en las elecciones". De acuerdo con una fuente del Partido Comunista Cubano (PCC) en Ciego de Ávila, que solicitó el anonimato, se le había orientado a los comunistas, en reuniones previas, proponer "sólo a militantes como candidatos". Una nueva demostración de que el azar es un término cada vez más fuera de juego en el entramado político nacional.
Habría que partir primero de cuestionar la importancia de la figura del "delegado", su poder efectivo y nivel de gestión. No sólo ahora, sino en los más tranquilos y ficticios años de la década del 80, un delegado no era más que un misionero de barrio, encargado de gestionar desde el cartón de techo que paliaba las goteras hasta la limpieza de las calles. En términos políticos, jamás ha constituido una pieza clave de nada, y ahora, en los años de mayor crisis económica, donde la gestión material está en mínimos, ni siquiera alcanza a cumplir con el trivial deber asignado. De hecho, las asambleas de rendición de cuentas van cediendo cada vez más su espacio, en medio de una severa crisis de participantes, a la información política e ideológica y al pedido de mayores y nuevos sacrificios. La solución de algunos de los problemas que agobian al pueblo es ya cosa del pasado.
Por estos días se exhiben las fotos y las biografías de los candidatos, la prueba más irrefutable de la parcialidad política de las elecciones criollas. Basta leerlas y comprobar los "méritos" indispensables para aspirar al cargo.
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