El enigma de la Plaza de Armas |
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Al centro del Casco Histórico, cruce de caminos de La Habana turística, ciertos libros por 'cuenta propia' vulneran la censura oficial. |
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por JOSé HUGO FERNáNDEZ, La Habana |
Parte 1 / 3 |
Si el mundo existe para llegar a un libro, como dijera Mallarmé, pueden ser muy reveladores los pregones que se escuchan hoy en la Plaza de Armas de La Habana Vieja. "Vaya, su libro aquí", anuncia un vendedor al caminante con traza de turista. Otro, en cambio, lo llama, le pide amablemente que se acerque y declara en tono de verdad sin pliegues: "Aquí tengo el libro que usted busca". En tanto, un tercero muestra sus estantes repletos y miente, con una sonrisa oreja a oreja: "Este es el único lugar donde el que compra un libro es quien le pone el precio".
Pintoresquismo y llanezas de pícaro criollo a un lado, el sitio y la oportunidad resultan verdaderamente únicos. Es la yema del Casco Histórico, justo en lo que fue punto de partida para la fundación de La Habana, bordeando los jardines de una de sus plazas seculares, la más hermosa. Tal vez por ello llama tanto la atención que las huestes estatales hayan cedido espacio a un grupo de libreros que, salvo excepciones, son trabajadores por cuenta propia. Téngase en cuenta que un emplazamiento tal constituye parada de rigor para casi todos los recorridos turísticos de la ciudad. Y sobra repetir que aquí el turismo es tierra santa que florece bajo la égida de un solo dios.
Sin embargo, desde hace ya casi una década los libreros de la Plaza de Armas muelen su zafra imperturbablemente. Y si bien es posible que algún que otro exigente no encuentre en sus tarimas un volumen que le permita justificar la existencia del mundo, por lo menos debe estar seguro de que hallará el mercado de libros más peculiar y mejor surtido de toda la Isla.
¿Por qué razón triunfa y pervive un negocio particular, posiblemente el único, dentro de un área que es jurisdicción exclusiva de la industria turística del Gobierno? Ni en sueños podría concebirse la posibilidad de que ello ocurra al margen del conocimiento y la aprobación oficiales. Así pues, lo primero que debe quedar claro es que de algún modo el negocio encaja en los planes de esta industria.
"Ninguna librería de La Habana, de las que comercian en divisas, vende más que nosotros", sostiene un librero que atiende tres estantes a la altura de El Templete y dice llamarse Pelayo. Pero la suya es una verdad de Perogrullo. Cualquier transeúnte que se detenga unos minutos en La Moderna Poesía, que es ahora la más importante de las librerías estatales dedicadas a la venta en dólares, puede constatar fácilmente el bajo nivel de sus operaciones, del mismo modo que un breve recorrido por sus anaqueles bastaría para comprender la franca supremacía del mercado de la Plaza de Armas, en lo referido tanto a precios como a diversidad de títulos, temas y autores.
Tal vez más sugestivo es lo que afirma Juan El Moro, librero del ala derecha de la Plaza, ubicado casi frente a la esquina de Oficios: "Esas librerías (las estatales) están llenas de cosas que no les interesa a la gente. Y nosotros sólo vendemos lo que sabemos de antemano que cuenta con demanda. Yo mismo hace años que me dedico a vender libros aquí, sé muy bien lo que el cliente busca y no pierdo tiempo ni dinero trayendo libros que no tienen salida".
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