Viernes, 26 julio 2002 Año III. Edición 418 IMAGENES PORTADA
Sociedad
Qué viva el 26 de julio

En días como hoy, llenos de discursos y actos televisados, se dispara en Cuba el negocio ilegal de alquiler de vídeos.
por MICHEL SUáREZ, Valencia  
Show de Cristina
'Show de Cristina'. Videos piratas en La Habana. Pérdidas
para Hollywood, las cadenas de televisión... y para Castro

"Usted que ha abrazado tantas veces a Castro, ¿a qué huele, a pezuña?", preguntó el escritor peruano Jaime Bayly, en un programa de televisión de Miami, al cantante Osvaldo Rodríguez, a raíz de que éste se asilara en EE UU. Los espectadores no miraban una conexión directa ni habían viajado a ese país. Sin embargo, casi con tres años de retraso, veían la bienvenida al músico de la Isla en la capital del exilio. Sucedía gracias a una de las cintas de vídeo de las miles que hoy circulan en Cuba en manos de arrendatarios particulares, floreciente práctica que ha puesto en guardia a la policía del pensamiento del régimen.

Lo que inicialmente era privativo de unos pocos viajeros, funcionarios o residentes extranjeros, es ahora mismo un circuito alternativo a la pasmosa oficialidad de la televisión cubana. En las principales ciudades de la Isla pululan desde hace algunos años los bancos de películas que abastecen de todo tipo de material de entretenimiento a los propietarios de videocaseteras, desde filmes made in USA hasta telenovelas mexicanas de séptima clase.

Peligrosamente para el régimen, la industria doméstica del vídeo ya parece imparable, y se dispara, especialmente, en las jornadas de marchas y tribunas o en las maratónicas intervenciones de Fidel Castro por los tres canales de la Televisión Cubana. Ante el constante acoso oficial por el acceso pirata a los satélites y la posterior prohibición de las antenas parabólicas en manos de los ciudadanos comunes —culpables de muchos días de insomnio para el gobernante—, el siempre batallador cubano de a pie no ha tenido otra opción que inventarse una red de vídeo y promover el tráfico de aparatos reproductores-grabadores por sumas cercanas a los 300 dólares: aproximadamente 7800 pesos al cambio real, el salario completo de dos años y medio de trabajo.

Lo alternativo ha sido siempre motivo de preocupación para Fidel Castro. Un día se empeñó en "desplazar" la fiel audiencia del canal de televisión de la Base Naval de Guantánamo, en la región más oriental del país, creando una tele-emisora local. Luego, concentró todo su poderío tecnológico en bloquear la señal de Tele Martí, y ahora, más recientemente, ha iniciado una campaña de búsqueda y captura contra los protagonistas y clientes del comercio de vídeos particulares.

Hoy en Cuba una película cuesta entre cinco y diez pesos por cada 24 horas. Las listas muestran las producciones más violentas realizadas por Estados Unidos, en una especie de reclamo evasivo del nuevo público, hastiado de ver una televisión supercontrolada, panfletaria y mojigata. Precisamente, ahí radican algunos de los peligros de esa novedad, donde muchas veces se imponen los productos de peor calidad y de buenas a primeras la banalidad acaba siendo el plato principal. Pero ello no es lo que más preocupa a Castro. Mucho más allá del implante de facturas artísticas y éticas cuestionables, de las idioteces de los shows de Cristina o el seso blando de Thalía en sus telenovelas, el régimen teme a una marginalidad televisiva que desvié la atención de los cubanos del adoctrinamiento único. Ahora, antes que apagar la TV para ahorrar unas horas, mientras el "senil dinosaurio" aletea en la pantalla y atemoriza con su dedo acusador al pueblo, un filme de Andy García o un concierto en vivo de Celia Cruz constituyen la primera opción.

Y todo eso a contrapelo, pues además de la persecución policial se mantiene vigente la prohibición de entrar videocaseteras al país, excepto para algunos músicos y deportistas. Quienes las tienen, han hecho de la sala de su casa un pequeño cine de barrio, en franca competencia con las cientos de salas de vídeo que el Gobierno ha fabricado en todo el país para "educar a las masas" con grabaciones de orientación política y filmes seleccionados.

Los "otros" materiales, traídos directamente desde Miami, España o México, rebasan cualquier marco temporal ante la desinformación de los cubanos. Muchas personas enmudecen al ver imágenes de años atrás sobre un determinado hecho del que nunca se enteraron, como aquella entrevista de Osvaldo Rodríguez, o el estrepitoso accidente del avión de Cubana de Aviación en Guatemala. Y en los intermedios del Sábado gigante, con Don Francisco, atienden silenciosamente los boletines de noticias del año 2000, o quizá de antes, estupefactos frente a una realidad nacional y mundial que les había sido vedada.

Pese al recrudecimiento de la cacería policial por el "tráfico de imágenes", los cubanos intentan, a toda costa, hacer su otra televisión, en una rara y exótica mezcla de Hollywood, Univisión, Telemundo o Televisa.


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