Viernes, 26 julio 2002 Año III. Edición 418 IMAGENES PORTADA
Sociedad
La mar irrevocable

Se firmó el carácter inapelable del socialismo hacia atrás, pero los firmantes no retroceden, sino que continúan adelante. Específicamente hacia el norte.
por DIMAS CASTELLANOS, La Habana  
La Habana
La Habana. Salida al mar

Los acontecimientos político-sociales ocurridos en Cuba, particularmente a partir de 1989, son dignos de ser soñados por sociólogos de la talla de Augusto Conte, Robert Merton o el propio Marx, pasando por Emile Durkheim, Max Weber y Vilfredo Pareto.

Vertiginosos e inauditos eventos se suceden en la Isla, uno detrás del otro, sin aparente explicación sociológica. Tal situación recuerda las postrimerías del siglo XIX, cuando el descubrimiento de las partículas atómicas que se movían a velocidades aproximadas a la de la luz se tornaba inexplicable a partir de las leyes de la mecánica clásica.

Un modelo totalitario, incapaz de garantizar las necesidades más elementales, inmerso en una profunda crisis económica, obligado a cerrar casi la mitad de sus ingenios azucareros, en el que la población, para sobrevivir, se ve obligada a actuar al margen de la ley, es aprobado por prácticamente la totalidad de sus habitantes como modelo irrevocable.

Para el régimen constituye, sin duda, la más rotunda victoria del socialismo. Es el triunfo de la campaña ideológica que bajo el rótulo de "Batalla de Ideas" se libra diariamente en los medios de comunicación, en el sistema de enseñanza, en las marchas combatientes y en los multitudinarios actos sabatinos. Es la identificación del pueblo con un sistema avalado por sus firmas.

La contradicción radica en la no coincidencia entre el modelo totalitario aprobado y el espacio elegido para vivir. Ha sido suficiente el rumor de que una flotilla de barcos se acercará a las costas cubanas con el fin de recoger a los inconformes, para que se cree una alarma nacional. Miles y miles de agentes del orden han sido movilizados para impedir que los ciudadanos se acerquen al litoral, y bloquean su acceso. Los habaneros, inmersos en pleno verano, no han podido sentarse este 4 de julio en su malecón, a la busca del fresco que obsequian las brisas marinas. Se firmó el carácter irrevocable del socialismo hacia atrás, pero los firmantes no van hacia atrás, sino hacia delante: hacia el norte. La contradicción es sólo aparente.

Las medidas de seguridad tomadas por el Gobierno cubano no tienen sentido. Si los que quieren evadirse, como afirma, representan a la exigua minoría que no firmó, sería ésta la oportunidad dorada para lograr la total homogeneidad política e ideológica de un pueblo. ¿Por qué, entonces, no se les deja marchar? Semejante decisión reportaría ventajas adicionales al Estado: ante la escasez de divisas podrían ofertarse viajes seguros desde la costa hasta los límites de las aguas territoriales; sería un eficaz desmentido contra aquellos que afirman que en Cuba todo el mundo se quiere ir, pues la mayoría de las embarcaciones regresarían vacías a la Florida; sería una prueba de las libertades existentes en la Isla, incluyendo la de movimiento.

La actitud gubernamental ante el rumor de un inminente éxodo masivo, resulta sumamente sospechosa. Indagando entre quienes firmaron el plebiscito —y con la excepción de algunos que no saben lo que refrendaron—, la generalidad coincide en que, aunque no está de acuerdo con el carácter irrevocable del socialismo, consintió para sobrevivir, por miedo o por presiones familiares. Realidad que es bien conocida por las autoridades.

La tendencia humana al cambio es infinita. Las metas de hoy serán sustituidas por nuevas aspiraciones mañana. Lograr, por los medios que sea, que una sociedad casi unánimemente apruebe para siempre un sistema tan ajeno a sus aspiraciones, equivale a obligarla a buscar esas libertades y posibilidades en otra parte, lo que explica la estrecha relación entre la firma y el éxodo de los cubanos.

La función de las reformas constitucionales es plasmar en la ley fundamental lo alcanzado en cada momento histórico. Si ellas emanan de la soberanía popular, y ésta es la expresión del poder legítimo de los ciudadanos para determinar su sistema político, ¿qué sentido tiene la declaración de irrevocable? Si el pueblo, que es el soberano, quiere cambiar soberanamente, ¿entonces lo plasmado en la Constitución le impedirá ejercer su soberanía? ¿Cómo es posible admitir la transformación de un mecanismo de ajuste en mecanismo de freno social? Sencillamente, inadmisible. Ni siquiera una generación completa, de forma unánime, tiene derecho a declarar irrevocable un sistema que los que están por nacer no han elegido.

Declarar irrevocable el actual sistema económico, político y social en la época de la información y el conocimiento, equivale a anclar al país en el pasado, a desentenderlo de los vientos que soplan y arrebatarle al pueblo su soberanía. Tres resultados demasiado nefastos e irresponsables.


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