González, el victorioso |
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por RAúL RIVERO, La Habana |
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José (Cheo) González Rirre, natural de Camajuaní y de 75 años de edad, acaba de derrotar al presidente George W. Bush.
Acabó con él. Lo lanzó al olvido y a la ignominia, al limbo, es parcela inmaterial donde ni se sufre, ni se disfruta.
Cheo, desde el vestíbulo pegajoso y oscuro de un edificio de Centro Habana, frente a la mirada arrobada y aprobadora de la compañera Dulce, de los comités, estampó su firma para apoyar el proyecto de reforma constitucional que presentaron las organizaciones de masas.
Bush debe haber quedado loco después de ese batacazo que le propinó Cheo. Lo más probable es que el presidente se haya retirado con un ataque depresivo a Camp Davis, a tratar de reponerse del golpe.
Desconcertado, bajo un síncope de la razón, al comprender definitivamente que González no quiere cambios y prefiere eternizar el socialismo para regocijo propio y de toda su descendencia hasta el fin de los tiempos.
Cheo llegó a La Habana hacia 1950 y comenzó a trabajar en una farmacia. Aquí hizo su vida y tuvo a sus tres hijos.
La mayor se casó y se fue en los setenta, pero los otros —dos varones— permanecen junto a él, aun después del período especial y ahora vivaquean desempleados en la casa.
Cuando la crisis de las balsas de los noventa, Cheo y sus dos hijos trataron de salir cinco veces por allá, por Sagua, donde quedan algunos parientes.
En el viaje final llegaron casi hasta las aguas internacionales, pero el motor, un frankestein mecánico con piezas de Rumania, Rusia y Estados Unidos, tuvo una apoplejía de gasolina adulterada y los dejó al pairo hasta que una lancha de la Marina de Guerra los remolcó hasta el puerto.
Ellos regresaron a la casa y discretamente volvieron a hacer su vida de siempre. El salario básico de la familia es el retiro de Cheo, 140 pesos cubanos y lo que caiga de los trabajitos que eventualmente se agencian los hijos.
Están en todas las lotería de visas que en el mundo han sido, incluida una que se hace dentro del territorio norteamericano.
Como no voy a firmar, dice Cheo, si los muchachos están sin trabajo, sino firmo entonces sí no se colocan más nunca. Aquí esta gente lo está mirando todo. Firma y tranquilino para la casa. Contra Bush y contra el que sea, no quiero más desgracia. Cuando acabé de firmar, la del comité me dijo: "seguimos venciendo".
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