Viernes, 19 julio 2002 Año III. Edición 413 IMAGENES PORTADA
Sociedad
Marlen y Hungría

por RAúL RIVERO, La Habana  

Yo quería retratarla con el Danubio de fondo, lento y ceremonioso, con sus sueños de mar bajo aquel puente de Budapest.

Me la quería llevar en la cámara, quedarme con su imagen porque era bella, distante, ajena y pertenecía a esa franja social que el socialismo diseñó para los jerarcas, sus familias, sus amantes y sirvientes de lujo.

Hungría nos había dado una igualdad provisional. Compartíamos una casa de amigos y allí tratábamos cortésmente de hallar puntos de contactos en Cuba para que la conversación nos alcanzara hasta el amanecer.

Sólo Gyula Ortutlay, mi gran amigo y hermano húngaro, conoció el desasosiego que me causaba esa mujer. No era amor, ni pasión. Era algo así como una combinación de admiración con impotencia que me provocaba un deslumbramiento depresivo.

Estaba por comenzar la década de los ochenta. Ella asistía a unos cursos o hacía turismo político o no sé qué.

A mí me habían invitado a pasar dos semanas unas almas caritativas que me salvaron de un recorrido por editoriales de Bratislava. También se salvaron los eslovacos, que ya habían declarado que no les interesaba recibirme.

Marlen era —para quedarnos en esa geografía— una especie de Kim Novak (ojos oscuros, pelo oro viejo) que decía "labana", "pagque", "elbenynoré" y "entonge".

Todos sus amigos y conocidos vivían en Nuevo Vedado o en Miramar, y en El Vedado le quedaban recuerdos de la infancia como el cine Riviera y los parques de G.

Volvimos, estoy seguro que volvimos, cada uno por su rumbo, regresamos poco después a Cuba.

Aquí la volví a ver en pleno período especial, hacia 1993, en el vestíbulo del hospital Hermanos Ameijeiras. Todavía preciosa, un poco ajada, la misma sonrisa discreta y agradable.

Intercambiamos rápidas noticias personales con delicadeza y en voz baja.

Ella habló de un derrumbe total. Ya no trabajaba como ingeniera en el Instituto especial que la recibió desde su graduación. El esposo también estaba sin empleo y trataba de salir a botear con el Lada. Creía que tendría que irse del país.

No he vuelto a saber de ella. Ignoro si salieron o no de Cuba, pero me he quedado con su imagen en el puente de Budapest con su abrigo beige y la bufanda blanca.

Ese recuerdo es más amable y humano que el de Marlen, ya en la puerta del hospital, que me dice "no, no tengo a nadie de la familia enfermo, gracias a Dios. Yo vengo todos los días a vender cucuruchos de maní".


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