Martes, 25 junio 2002 Año III. Edición 395 IMAGENES PORTADA
Sociedad
La luz del caballero

A 140 años de la muerte del padre de la pedagogía nacional.
por DIMAS CASTELLANOS, La Habana  
Luz y Caballero
José de la Luz y Caballero

El 22 de junio de 1862, hace 140 años, Cuba lloró la desaparición física de un hombre con el que aún permanece en deuda. Sus profecías no sólo fueron confirmadas por la historia, sino que conservan toda su vigencia. Se trata del padre de la pedagogía nacional, del que concibió el arte y la ciencia de la educación como premisa insoslayable de los cambios sociales, del cubano que entendió la política como proceso y se pronunció contra la inmediatez. José de la Luz y Caballero.

Habanero, nacido en la frontera de los siglos XVIII y XIX, le tocó vivir la época de la ilustración encaminada a modernizar la clase política criolla. Era también el tiempo en que las repúblicas hispanoamericanas buscaban la independencia por medio de revoluciones. En ese contexto manifestó sus dotes de profeta. No los de una profecía divina para la cual fue elegido mensajero, sino de una profecía resultante de su propia reflexión, acerca de la relación entre educación e independencia.

Comprendió Luz y Caballero que los procesos para fundar pueblos tienen como premisa la preparación de los sujetos históricos y de los cimientos morales básicos para que los cambios resulten positivos. Antes de la revolución y la independencia, la educación. Fue el credo al que dedicó su vida y por el que asumió el magisterio como apostolado. Para ello concentró su esfuerzo en dos campos del conocimiento: la filosofía y la pedagogía.

No se dedicó a sistematizar una doctrina filosófica que quedó dispersa en sus aforismos, escritos académicos y polémicas, pues concebía la filosofía como un medio para la formación de jóvenes generaciones, como brújula para la orientación del pensamiento y la conducta humanas. "Identificó la filosofía con la patria y la verdad con la justicia", expresó Manuel Sanguily y por eso, según la desaparecida profesora Zaira Rodríguez, "antes de sistematizar la filosofía se dedicó a la enseñanza y la polémica".

En el campo de la pedagogía sintetizó las experiencias más avanzadas de la época, adquiridas durante su viaje por Europa y los Estados Unidos; las amoldó a las condiciones de Cuba y, al igual que hizo el Padre Varela en los altos estudios, introdujo las correspondientes reformas en la enseñanza primaria basadas en el método explicativo, el cual podría calificarse como germen de la actual enseñanza problemática.

Comprendida la necesidad de la época, su obsesión de patriota consistía, como solía él mismo decir, en formar hombres más que académicos. Por ello —afirma Zaira— no tuvo tiempo de escribir mucho ni perfeccionó su forma de hacerlo: "No escribió en los libros que recompensan, sino en las almas que suelen olvidar. Supo cuanto se sabía en su época, pero no para enseñar lo que sabía, sino para trasmitirlo". No fue un gran escritor o un gran artista, fue lo que la época demandaba: un gran maestro.

Pedagogo de profesión, por sus inclinaciones y por patriotismo, después de predicar como filósofo y actuar como jurista fundó ya en su madurez, en 1848, un gran colegio, El Salvador de La Habana. Dentro de éste transcurrieron, en beneficio y para honra de los cubanos, los últimos 14 años de su vida fecunda. Todo lo valioso que acumuló de su tío materno, José Agustín Caballero, de sus relaciones con el primero que nos enseñó a pensar —el padre Félix Varela— y con los más insignes hombres de su época, lo enriqueció y entregó a sus alumnos, entre ellos a Mendive, quien haría lo mismo con José Martí.

Puso la pedagogía y la filosofía en función de la independencia, la libertad y la descolonización del país. No fue un revolucionario; su personalidad y su conciencia encaminaron su ardiente pero reflexivo patriotismo por otros rumbos. Su obra se consagró a lo más difícil, a lo mediato, a iluminar las conciencias e infundir un alma nueva. Por esa encomiable labor su vida está enlazada e identificada con nuestra historia. "Había nacido con el espíritu preparado para la vida, con el cerebro preparado para la sabiduría, con el corazón preparado para el amor", expresó Sanguily.

Su idea más profunda sobre la ética la concibió así: "Antes quisiera yo, no digo que se desplomaran las instituciones de los hombres —reyes y emperadores—, los astros mismos del firmamento, que ver caer del pecho humano el sentimiento de la justicia, ese sol del mundo moral".

De esa forma concibió, y luchó por realizar, su profecía como escultor de almas. Fue un precursor sin cuya obra no puede entenderse el independentismo del 68 o del 95, ni siquiera el actual empantanamiento de la sociedad cubana.


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