Lunes, 24 junio 2002 Año III. Edición 394 IMAGENES PORTADA
Sociedad
Mafiosos, ma non tropo

El Miami virtual fabricado por el régimen se da de bruces con una realidad incontestable: El inmovilismo está en La Habana.
por LUIS MANUEL GARCíA, Sevilla Parte 1 / 2
Miami
Miami. Cartel de bienvenida a los Grammy 2001, frente
a la Torre de la Libertad

En el imaginario del fidelcastrismo, el exilio cubano de Miami ha transitado por diferentes etapas. Primero fueron todos batistianos —ojo: no confundir con batistutas, ahora que andamos en lo del mundial de fútbol—. A renglón seguido, fueron oligarcas y burgueses, dado que era incomprensible que habiendo cientos de miles de batistianos, un puñado de barbudos hubiera ganado la contienda. Y de inmediato, la prensa insular divulgó con encono la noticia de que la marquesa mantenía de su título tan sólo la M y era ahora mucama, mientras al antiguo industrial la implacable sociedad yanqui lo había convertido en industrioso, y fregaba carros en un garaje de la sagüesera. Todas las fotos kitsch de exiliados sonrientes ante refrigeradores derramando jamones, o apoyados en Chevrolets del año, que llegaban a la Isla, eran opulencias de alquiler. Por entonces, aún el Gobierno podía dilapidar los restos de la riqueza heredada, y no había caducado la promesa de un cielo comunista donde amarraríamos los perros con longaniza (soviética) a una nube de algodón de azúcar.

Mientras los exiliados no limpiaban carros o se hacían fotos trucadas, ejercían un odio beligerante y terrorista cuyo propósito era dar marcha atrás a la máquina del tiempo hasta los felices 50.

Hasta ese momento, todos los exiliados —salvo las brigadas de maceítos— eran gusanos: bichos arrastrados y repulsivos que, entre otras tareas, fecundan la tierra y fabrican la seda. Mantener correspondencia con un gusano estaba prohibido, para no malgastar los esfuerzos alfabetizadores desplegados por la revolución.

A fines de los setenta, el Gobierno "descubrió" que existía una "comunidad cubana en el exterior" ansiosa por visitar a sus parientes de la ínsula, y de paso alimentar las arcas isleñas con otros rubros que no fueran rublos. Aunque el cálculo de Fidel Castro era, ante todo, un cálculo político: autorizar los viajes familiares jugaba con la política de distensión preconizada por el presidente Carter; disparaba contra la arboladura del embargo —no contra la línea de flotación, dada su demostrada utilidad como chivo expiatorio—; y dividía al exilio entre "intransigentes" y "dialogantes". Posiblemente fue durante aquellos años, finales de los 70, cuando más blando fue el discurso oficial cubano hacia Miami. Los militantes del PCC recibieron la "orientación" de acoger (y ya de paso, coger lo que pudieran) amablemente a los parientes que hasta el día anterior no merecían ni una carta. Los gusanos al fin salieron de la crisálida. Fue un tiempo de reencuentros, mariposas y maletas. Los cubanos de la Isla descubrieron asombrados la de cosas que podía comprar la antigua marquesa con su salario de mucama.

Pero el cálculo oficial se basaba en la presunta impermeabilidad ideológica de sus súbditos, y su más presunto desinterés material, que colmaba con creces la libreta de abastecimiento. Como resultado, en 1980 los marielitos devolvieron la visita a los maceítos, y las mariposas involucionaron a gusanos.

La relativa bonanza de los 80, con sus repentinos mercaditos, mercados paralelos, mercados negros y verdes, es decir, shoppings, mantuvo a niveles medios el discurso beligerante, con sus altas y sus bajas.

Pero ya en los 90, el Gobierno necesitó echar mano a todos sus recursos para explicar el total descalabro del sistema sin asumir ni una dosis de culpa. Al embargo y el clima (tradicionales culpables) se sumaron los rusos y el exilio, Helms y Burton mediante. La multiplicación del éxodo hasta niveles de los 60 y la crisis de los balseros, dictó la conveniencia de satanizar Miami, aún antes del Caso Elián. Los gusanos se volvieron más verdes y viscosos. Ya no eran batistianos ni burgueses, sino "escoria apátrida", desde 1980.

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