Viernes, 31 mayo 2002 Año III. Edición 378 IMAGENES PORTADA
Sociedad
Traigo una guayabera y... 20 minutos de libertad

Jimmy Carter y el Proyecto Varela convergen en el Aula Magna de la Universidad de La Habana. ¿Es ya un hecho la transición en Cuba?
por ALEJANDRO ARMENGOL, Miami Parte 1 / 3
Discurso
Ex Presidente norteamericano Carter: 'He venido a tender
una mano de amistad'

Lo recibió con un traje azul oscuro y —al día siguiente— vistió una guayabera azul claro. Con ambas prendas, poco definitorias pero no ausentes en determinado momento del vestuario de Fidel Castro, desde el principio el gobernante cubano trató de definir la visita de Jimmy Carter. Pero a su pesar, su imagen no se libra del reflejo del dictador. Con traje, en mangas de camisa y también en guayabera, el ex presidente norteamericano proyecta una figura mucho más cercana al hombre común, al ciudadano de a pie. No es el americano prepotente que llega con el apoyo de bancos y bombas; es la otra cara de Estados Unidos, el país donde democracia, libertad de expresión y cooperación no son conceptos vacíos —al menos no siempre, al menos todavía. Hasta el momento, durante la estancia de Carter, no han dejado de predominar los tonos de un azul apacible, que también ha despertado esperanzas: el ex presidente no ha traído el blanco monolítico de su antigua casa, sino los colores de la tierra del constructor de techos y sueños.

La presencia de Carter en Cuba ocurre de forma favorable a La Habana: recibir a un ex inquilino de la Casa Blanca con un tratamiento de jefe de Estado favorece las concesiones mientras no compromete a la Plaza de la Revolución. Al mismo tiempo, define más de un contraste: Castro representa al Gobierno, Carter a la sociedad civil; el visitante se reúne con la disidencia no en un gesto de desafío sino como parte de su programa de visita. Como ha ocurrido siempre, al norteamericano se le otorga o regala lo que se le niega o dificulta al cubano: desde la comida hasta los micrófonos.

Los contrastes son también geográficos y políticos, y se extienden con el mar Caribe de por medio. Mientras un ex mandatario acude a la búsqueda de la nación posible —invitado por el pasado para tratar de contribuir al futuro—, el presidente norteamericano viajará el próximo lunes a Miami para encontrarse con la Cuba antigua, como parte de la campaña electoral del momento y a fin de recaudar fondos para la reelección de su hermano, el gobernador de la Florida Jeb Bush. La nostalgia de poder utilizada para ganar votos. Las decisiones internacionales codeándose con un favor de familia. Resulta insólito que la política del país más poderoso del planeta hacia una isla pequeña pero clave, esté definida por los intereses locales, no por una perspectiva nacional. O no tan insólito si se tiene en cuenta que, en muchas ocasiones, la geografía determina la política, sólo que por un camino torcido.

Tras cien años, la Isla contribuye a definir el escenario en que se gobierna el continente. George W. Bush viene a celebrar la inversión imperialista, al tiempo que a reconocer que el imperialismo se ha invertido. Pero la Isla enclavada dentro del territorio norteamericano —que cuenta para definir la política hacia la otra Isla rodeada de tiburones por dentro y por fuera— es un territorio imaginario, trasladado a las costas de la Florida y limitado a ciertas calles de Miami. Cuba —al menos el país posible— no está naciendo de esas calles y esos comercios, pero tampoco existirá sin ellos. Hasta el momento, la definición de la nación se está gestando en territorio nacional, sin prescindir de una realidad frustrada que nació producto de una frustración real. Es la única señal de esperanza para un país demasiado dependiente de manifiestos y expediciones originados en el extranjero.

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