Jueves, 16 mayo 2002 Año III. Edición 367 IMAGENES PORTADA
Sociedad
La operación Carter

Pensada y sopesada hasta en sus más nimios detalles, la visita del ex presidente norteamericano no dejará de implicar ciertos sacrificios para La Habana.
por ADOLFO FERNáNDEZ SAíNZ, La Habana  
Carter y Castro
Carter, Castro

El ex presidente norteamericano Jimmy Carter encaja perfectamente en el diseño que tiene Fidel Castro de las personas a tratar. Es una personalidad con gran sentido de la ética, con profundas convicciones religiosas, incapaz de faltar a lo pactado. Sigue siendo un estadista a nivel mundial. Aun después de terminar su mandato presidencial, se ha mantenido en la palestra pública certificando la validez de procesos electorales y, en general, interponiendo sus buenos oficios en situaciones de conflicto. Al mismo tiempo, no ofrece ningún peligro a su interlocutor, es perfectamente predecible. Por eso lo invita a la Isla Castro, en viaje de alto relieve periodístico.

La operación Carter no está concebida para consumo interno, sino para que surta un máximo de efecto en el exterior.

Las personas que viven fuera de Cuba y conocen a medias la realidad del país pensarán que en este momento la Isla es un hervidero, que la familia cubana típica tiene, como conversación de sobremesa, la visita del Sr. Carter. Nada más alejado de la realidad. El ciudadano común poco o nada conoce sobre las interioridades de dicha visita. Antes de su llegada, la prensa no había hecho alusión al distinguido visitante, la TV no lo había mencionado. En ese sentido, ha sido lo contrario a la visita del Papa Juan Pablo II hace cuatro años, que fue preparada meticulosamente durante más de un año por la Iglesia Católica cubana desde sus púlpitos.

En tales circunstancias el discurso democrático de Carter, anunciado para el Aula Magna de la Universidad de La Habana, corre peligro de quedar sólo para los iniciados en la clase política a favor y en contra del castrismo.

El régimen ha preparado cada paso del recorrido del ex mandatario y calculado cuál puede ser su perjuicio. A estas horas todos los funcionarios que tienen que ver con Carter saben qué hacer y qué decir, y hasta los niños en las escuelas objeto de su visita sabrán qué no pedir.

Sin embargo, la repercusión que la visita de Carter puede tener fuera de la Isla es considerable, sobre todo en los Estados Unidos.

Fidel Castro apuesta a que con opiniones como la del ex presidente, con no poca influencia y seguida por la prensa, podrá derrocar al embargo estadounidense unilateralmente, sin tener que dar nada a cambio, ni siquiera una promesa de apertura de la sociedad con respecto a los derechos humanos y la transparencia democrática.

La visita de un personaje tan importante ha generado en el exterior una gran expectativa: la de que el Sr. Carter vendrá a Cuba en su rol favorito de mediador para lograr que las relaciones entre el régimen y los Estados Unidos tomen un curso de menos confrontación, y a promover los derechos humanos y la apertura democrática. Conviene a Castro crear esta impresión, pues se le vería como inclinándose a las buenas relaciones, a una liberalización puertas adentro. Pero ello no pasa de ser un espejismo al cual acceden quienes no quieren escuchar las declaraciones oficiales del régimen. Fidel Castro ha sabido administrar su "sonrisita de Gioconda".

Desde luego que el proyecto de la visita también contempla algunos costos. En el exterior crecerá, sin duda, la imagen pública del movimiento disidente dentro de la Isla, de los periodistas independientes y de los bibliotecarios libres de la censura gubernamental. Pero en el interior de una sociedad estrictamente controlada, tendrán mucha menos repercusión las entrevistas ya esperadas del Sr. Carter con la oposición interna.

Incluso, el régimen también podrá beneficiarse de esta impresión: le abrirá los micrófonos a una personalidad de indiscutible renombre internacional, le permitirá visitar a conocidos miembros de la resistencia cívica y que dé conferencias de prensa sin aparentes restricciones o censuras.

Pero, así y todo, conviene que haya venido el Sr. Carter. Es preferible que lo haya hecho a que no y se pierda la oportunidad de que penetre algún aire exterior, de que se conozca en el mundo algo más de la realidad cubana. Quizá ese mismo gesto de permitirle al extranjero —por única vez en más de 40 años— lo que le está vedado al nacional, pueda dar a entender a muchos lo anormal de la situación en la patria de José Martí.


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