Martes, 23 abril 2002 Año III. Edición 350 IMAGENES PORTADA
Sociedad
El atropello de Elizabeth, el rapto de Elián

¿Obstrucción de la justicia en el Departamento de Justicia norteamericano? La saga del niño balsero pica y se extiende.
por ILEANA FUENTES, Miami Parte 1 / 5
Padre e hijo
Padre de Elián, Juan Miguel González.
Dos solicitudes de visa para EE UU

Se cumplen dos años del rapto de Elián. Sí, del rapto. Porque aquella operación de supuesto rescate que ejecutó a punta de fálicas automáticas el Servicio de Inmigración de Estados Unidos no fue otra cosa que el secuestro de un niño que en aquel momento tenía todos los derechos imaginables de permanecer en Estados Unidos bajo protección de asilo. Incluso, podían extendérsele esos mismos derechos a su padre mediante un eventual trámite de reunificación familiar.

La política confrontacional de Fidel Castro lo convirtió en símbolo y causa. La política amansaguaperil de Bill Clinton lo utilizó como chivo expiatorio. Nunca antes el destino de un niño cubano se vio tan adversamente escrito. Nunca antes el último milagro de una madre se vio tan patriarcalmente ignorado. A Elizabeth Brotons se la tragó Neptuno; no hubo remedio. A Elián se lo engulló Saturno. Y a pesar de que había causa, precedentes, abogados, tribunales imparciales, recursos, prensa, pruebas y derechos, para Elián tampoco hubo remedio.

Ahora que gracias a la intervención de la prestigiosa organización Judicial Watch sale a la luz la tramoya de silencio que se cocinó en el despacho de la entonces directora de Inmigración, Doris Meisner, para obstruir el procedimiento jurídico imparcial que le hubiera concedido asilo político a Elián González, se corrobora lo que escribí a raíz del caso, en febrero de 2000: sólo había que recurrir a los instrumentos y a los convenios internacionales, a los precedentes legales en el propio Estados Unidos, apelar a todo eso con las pruebas irrefutables de la verdadera voluntad del padre en la mano, y Elián hubiera escapado al enjuague político.

Pero Doris Meisner, según todo parece indicar, decidió jugar a política exterior. Aparentemente, decidió —ella misma, o bajo instrucciones de la Ministra de Justicia, Janet Reno, ¿quién sabe?— que mejor era suprimir la evidencia —las solicitudes de visa por parte del padre de Elián en La Habana; el récord de llamadas telefónicas desde Cárdenas a Miami hechas el día que Elizabeth y Elián iniciaron la fuga y cuando el pequeño sobreviviente irrumpió en nuestras vidas; la evidencia de un patrón de emigración familiar en masa— y apaciguar al máximo padre del paraíso caribeño, que dar la batalla ética y legal por un insignificante niño.

"Lo que queríamos era evitar que algún récord escrito pudiera estar disponible y crear dificultades en nuestras negociaciones", declaró la funcionaria a Prensa Asociada. "En última instancia, determinamos que (el padre) estaba expresando sus verdaderas opiniones y quería tener una completa relación padre-hijo con su niño". Uno lee estas cosas y sólo atina a expresar: "¡Pero, qué clase de comemierda esa gringa!"

¿Vale la pena desempolvar el caso Elián a estas alturas del juego? Creo que sí, por inútil que parezca. Creo que es necesario volver sobre el asunto, que quede bien claro cuáles son los derechos de los niños y de las niñas en el contexto de la protección a los refugiados. No sabemos si la vida nos depara otro Elián u otra Elizabeth Brotons. Es necesario que los activistas de derechos humanos en Cuba y en toda la geografía de la diáspora cubana tengan presente que los menores de edad también poseen personalidad jurídica y derechos. Escribí sobre ello, cual voz en el desierto, en febrero de 2000, ante el triste conocimiento de que ni los expertos defensores de los derechos humanos en la Isla abogaron por su derecho al asilo. Hoy, en este segundo aniversario del rapto, y aflorando el escándalo de "La Migra", me parece apropiado enunciar de nuevo aquel planteamiento, publicado en inglés en El Nuevo Herald, el 21 de febrero de 2000:

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