Lunes, 25 marzo 2002 Año III. Edición 329 IMAGENES PORTADA
Sociedad
El permiso y sus consecuencias

El castigo laboral y moral a aquellos médicos que se disponen a abandonar el país: una política que el Gobierno cubano aplica con devoción y puntualidad.
por ALEIDA GODíNEZ, La Habana  

A pesar de que no existe, como tal, una ley que obligue a las Direcciones Provinciales de Salud Pública a imponer cuotas muy altas de sacrificio a los médicos que obtienen visa para residir en Estados Unidos y otras naciones —a través de los mecanismos migratorios acordados—, éstos deben atravezar innumerables vicisitudes antes de obtener la autorización para salir de Cuba. Ello incluye los más crueles castigos morales.

A partir del momento en que obtiene visa para radicarse en el exterior —no importa dónde—, la situación del médico que todavía trabaja para el Estado cubano cambia radicalmente, aunque sus servicios sean de gran utilidad y automáticamente la población comience a prescindir de ellos.

Por añadidura, el régimen determina el momento en que se otorga el permiso de salida, en que se da por terminada la relación laboral del profesional con su centro, estando éste en condiciones de emprender la definitiva tramitación legal.

El caso de los doctores Jesús Manuel Cruz Santovenia y Janoy Hernández Piñero, residentes en el poblado de Guane, de la occidental provincia de Pinar del Río, es ilustrativo. Ambos comentaron en público que habían sido beneficiados por el sorteo de visas de inmigrantes, para residir en Estados Unidos, y sorpresivamente recibieron la comunicación verbal de la Dirección Provincial de Salud Pública que los inhabilita para trabajar en el policlínico local. Por tanto, deben continuar prestando sus servicios —hasta tanto obtengan del organismo sus correspondientes permisos para emigrar— en consultorios rurales a mucha distancia de sus viviendas, y sin un mínimo de condiciones aceptables.

Las innumerables gestiones que desde hace dos años Jesús Manuel y Janoy vienen realizando en el Ministerio de Salud Pública, no han fructificado. Se teme que su filiación al Colegio Médico Independiente y al Partido Pro-Derechos Humanos acentúe —si cabe todavía más— su ya crítica situación.

En condiciones muy similares se encuentra el joven médico Carlos Vera, que prestaba sus servicios en el consultorio de Puríal de Jibacoa, comunidad rural de la provincia Granma. Laboraba relativamente cerca de su domicilio y por haber obtenido, junto a su esposa, visa para residir en Estados Unidos, fue inmediatamente trasladado al policlínico número 5, ubicado en el poblado de Jibacoa, a unos 16 kilómetros de la ciudad de Manzanillo. El doctor Vera, al igual que los médicos ya sitados, espera su permiso desde hace dos años... sin que nadie le haya podido explicar qué ley le impide abandonar el país.

En ambos casos, los galenos tienen que efectuar sus consultas en medio de condiciones higiénicas nefastas. No poseen comedor obrero ni transporte y se les exige más puntualidad y disciplina que a sus colegas, que no pretenden emigrar o sienten temor de expresarlo abiertamente.

Quienes salen definitivamente de Cuba sufren la nacionalización por la vía de la confiscación de todos sus bienes, acciones, valores y derechos (los que se quedan también los pierden), incluidos los laborales.

Bajo la égida del ministro de Salud Pública, doctor Carlos Dotres, tales medidas hacen buena la sentencia totalitaria de que el que se va es traidor a su patria. No importa que el régimen negocie cada año sus convenios migratorios con los Estados Unidos, gracias a los cuales 20.000 cubanos obtienen anualmente permiso para vivir en libertad. Ese permiso trae consecuencias.


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