Lunes, 25 marzo 2002 Año III. Edición 329 IMAGENES PORTADA
Sociedad
Fidel y los puercos

¿Tan a podrido huele La Habana que ya no apestan sus cerdos?
por ALEJANDRO ARMENGOL, Miami Parte 1 / 2
Criadores
Castro sobre los criadores de puercos: Desagradecidos

El gobernante cubano está preocupado por los puercos, especialmente por aquéllos que crían los habaneros en sus apartamentos, las azoteas de los edificios o los traspatios de las casas.

Para el ciudadano de cualquier otro país del hemisferio occidental la preocupación del mandatario puede parecer exagerada. Ello se debe, sin duda, a que desconoce el papel del puerco en la cultura y la nación cubana. Desde la llegada de Fidel Castro al poder, el cerdo ha sido la gran ilusión de la mesa del cubano. Una tradición sustenta esa esperanza. La cena navideña se organiza alrededor del lechón asado, la boda campesina es el momento obligado en que el guajiro debe ofrecer a los invitados un puerco en púa. Los puercos llegaron con Cristóbal Colón a la Isla —los ejemplares viajaron vivos a bordo de las carabelas— y desde entonces ha sido la comida común, el alimento sin barreras étnicas, del gusto de españoles, de criollos y de los chinos que llegaron después, y sin distinciones económicas. Nunca ha sido considerado un plato de lujo, tampoco menospreciado por los ricos. El magacín Lunes de Revolución lo considera "el lujo del gourmet criollo" en su número especial dedicado a Cuba.

Una esperanza que se hace realidad. La escasez de carne vacuna se impone desde comienzos de la Revolución. Las reses son confiscadas, censadas y su sacrificio controlado estrictamente por el régimen. El "delito" de matar una vaca se sanciona con la pena de muerte. Con los cerdos hay mucha mayor lenidad. Se convierten en el refugio al que acuden los cubanos, acostumbrados a un consumo excesivo de carne.

El gobernante cubano conoce todo ello, pero hay también otros motivos para hablar de los cerdos. La carne de puerco es también el gran triunfo de la cocina cubana de Miami. Al igual que en Cuba los productos porcinos juntaron a cubanos, españoles y chinos, en el exilio unen a anglos, latinoamericanos y exiliados. Detrás de cada medianoche hay una metáfora agroindustrial y varias fortunas: los criadores de cerdos de Georgia u otros Estados convertidos en proveedores de La Pequeña Habana; los McDonal's ofreciendo sándwiches cubanos junto a sus tradicionales hamburguesas. El melting pot transformado en el contenido que encierra una flauta de pan picada en porciones generosas.

Más aún, porque también hay una historia de horrores. Antes de 1959, cuando las familias sacrificaban un puerco en sus hogares, buscaban un carnicero experto que produjera la puñalada precisa en el corazón del animal para que muriera inmediatamente y no sufriera. Que los vecinos o los miembros de la familia tuvieran que escuchar los chillidos del agonizante era considerado, en el mejor de los casos, una muestra de descortesía, y convertía al sacrificio propio de una celebración en un acto de una crueldad innecesaria.

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