Lunes, 25 marzo 2002 Año III. Edición 329 IMAGENES PORTADA
Sociedad
Las mil y una derrotas

La 'batalla de ideas', ¿una pelea cubana contra los demonios?
por MANUEL CUESTA MORúA, La Habana  

En una inversión cultural que marcará el sino de la sociedad cubana si otra cosa no hacen nuestras elites intelectuales, la nación no logra refundar su aproximación a la realidad sobre la base de sencillas relaciones civiles: el enfoque bélico sigue aplastando los profundos versos de Heredia y la duda racional —y razonable— que se instala en aquellos pueblos que gustan del baile y el alcohol. Hay que recordarlo: el baile expresa una duda y una crítica a los cuerpos hieráticos, y el alcohol es el medio para dudar de lo que fuimos cinco minutos antes.

Granma

De lo hispano hemos heredado, fundamentalmente, los términos duros de conquista, reconquista y defensa. De sus vástagos, la filosofía fácil de la guerra y el combate. Cuba fue fundada alrededor del mito fálico de los guerreros, tanto en lo real como en lo virtual.

Lo cubano no cree en la negociación ni en su adversario. De modo que cuando se enfrenta a lo otro o a los otros, sólo piensa en su derrota o en su conquista. Conquista el terreno perdido de cualquier empresa y conquista, además, a la mujer o al hombre. Nunca imagina que la vida está hecha de pequeñas transacciones y que, en todo lo alcanzado, "lo otro" también pone de su parte.

Pero, después de todo, los cubanos somos muy malos guerreros. Por una sola razón: porque no caemos en la cuenta de que nuestras verdaderas guerras ya terminaron. Las otras, las que nos llevaron lejos de nuestro terruño, no finalizaron con nuestra partida y no parecen terminar con nuestro olvido, lo que revela otra incapacidad más como hombres de la guerra: la de transferir nuestra mentalidad a todos los tiempos, lugares y espacios. Por eso, en nuestros propios términos, hemos sido casi siempre derrotados.

Nos derrota la cultura, nos derrota la economía, nos derrota la educación, nos derrotan los valores y nos derrotan los mosquitos. Hemos asumido una y mil batallas y seguimos cosechando una y mil derrotas.

¿Quién dijo que seremos más cultos porque se haya emprendido una batalla por la cultura? ¿Dónde nació la certeza de que seremos más educados porque se haya diseñado un plan de conquista de nuestros valores e inteligencias? ¿Por qué pensar que seremos japoneses tras la batalla por la eficiencia? ¿Quién asegura que los mosquitos no volverán detrás del arcoiris uniformado de tantos cándidos entusiastas? ¿Quién afirma que una batalla de "ideas" —la madre de todas estas batallas— contiene precisamente ideas? Contiene únicamente su ausencia y el desdén por los fundamentos de la cultura que expresan las mentalidades pendencieras.

Que el pueblo cubano es esencialmente inculto —en el sentido de una cultura fundada en el saber— no lo puede negar nadie con sentido de la responsabilidad. No por culpa del pueblo mismo, sino a causa de unas elites que lo han enredado por más de cuarenta años en ejercicios con ametralladoras de calamina, para enfrentar a un enemigo que no les hace mucho caso. Por ello no es de extrañar que mientras las elites hablan de Rimbaud por la televisión, el pueblo tenga como uno de sus verbos activos la palabra "lucha". Se necesitarán otros cuarenta años para llegar a contar, medianamente, con una sociedad culta, si es que se va a respetar lo que cultura significa. Lo mismo sucederá con la educación y los demás objetos de combate.

Cosa que debería llamar la atención de nuestros estrategas. Ningún pueblo puede batallar cuarenta años con armas inadecuadas. La sociedad cubana demuestra, precisamente, que cuarenta y tres años han sido vanos para alcanzar la elite mundial. No por la falta de municiones, sino por su superávit.

Hay una exquisita contradicción entre los nuevos blancos a batir y los enfoques del Estado Mayor. Si en el fondo de las derrotas económicas, culturales, educativas y sanitarias cubanas yace alguna esencia, ésta debe buscarse en la mentalidad que nuestro lenguaje traduce. Una mentalidad que ha transformado la Isla en una inmensa Sierra Maestra emboscada por mosquitos batistianos.


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