Martes, 16 octubre 2001 Año II. Edición 214 IMAGENES PORTADA
Sociedad
Influencias miamenses

De los aretes a la pinturita de uñas. La moda de la Península se impone en la Isla con la misma fuerza que la de Milán, Londres y New York en el mundo.
por TANIA QUINTERO Parte 1 / 3

Emilia, Blanca, Estrella y Ada no solamente tienen en común la edad —las cuatro ya rebasaron los 50 años—, o que para ocultar sus canas se decoloran el pelo y se lo tiñen de rubio, sino que visten como "pepillas": suelen andar en short pant. Cuando la ocasión lo exige, sin embargo, se ponen un blazer con voluminosas hombreras, acompañado de saya o pantalón y una combinación de saya y cartera haciendo juego.

Y es que estas cuatro mujeres han estado en Miami. "Yo reconozco enseguida a la gente que se ha pasado una temporada en Miami", asegura Irma, dependienta de una shopping. Según ella, se notan más refinadas, con mejores modales que el resto de la ciudadanía.

Pero Norma, camarera de un hotel, las reconoce por los espejuelos. "Nadie que los necesita regresa de la Florida sin usar un par de gafas o anteojos distinto, con armadura más moderna y novedosa", explica. Y añade: "Aunque aquí los que tienen muchos fulas se mandan a hacer espejuelos, igualmente buenos y bonitos, a la Óptica Miramar".

Ofelia, empleada bancaria, identifica a los cubanos que han estado en Miami —y en Estados Unidos en general— por las prendas, no importa si son legítimas o de fantasía. "Porque en los departamentos de joyería de las tiendas recaudadoras de divisas, el surtido es muy inferior al de cualquier mall americano".

Si algo traen los cubanos que regresan de allá es bisutería. Más exactamente, baratijas. "De Miami hay quien trae cosas buenas, pero lo que más abunda es la gangarria", opina Rolando, peluquero. Como gangarria se pueden definir los aretes, pulsos, collares, adornos para el pelo y uñas postizas, entre otros artículos. Mercadería barata y ligera con la cual después, los que han ido a Miami, sobreviven.

De EE.UU., y de Miami en particular, no ha llegado solamente una forma de vestir y arreglarse, sino hábitos distintos en la vida hogareña. "De allá vinieron las primeras ollas arroceras y el arrebato por el horno microondas y las freidoras eléctricas", afirma Elena, jubilada. Ella dice que antes del 70-80, cuando el Gobierno cubano se abrió a la comunidad cubanoamericana y paulatinamente fueron aumentando los viajes en uno y otro sentido, "el arroz se hacía en caldero de hierro o en olla de presión".

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