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Cultura / Con ojos de lector Las perlas de su boca
Hace tiempo tengo la idea de recoger en un libro una serie de textos que he ido encontrando a lo largo de varios años de lecturas. Me llamaron la atención no por sus cualidades literarias, ni por la agudeza y la brillantez de las ideas allí expuestas, sino precisamente por todo lo contrario. Algunos son verdaderas diatribas dignas de que los insultados hubiesen salido de inmediato a poner una denuncia en un juzgado de guardia. Otras son imbecilidades de tal calibre que seguramente hoy hacen enrojecer de vergüenza a quienes los firmaron. Y otros, en fin, son canalladas que merecerían figurar en una Historia universal de la infamia realmente infame. En su mayoría, no necesitan de más comentarios, pues hablan por sí solos de manera más que elocuente. Como botón de muestra, comparto con ustedes algunas de esas perlas. El jueves 15 de abril de 1965, el periódico habanero El Mundo publicó un artículo de Samuel Feijóo titulado Revolución y vicios. Allí, el conocido poeta, narrador e investigador de nuestro folclor analiza algunos vicios heredados del capitalismo, y tras referirse de modo muy breve a los ya erradicados por la revolución (el tráfico de estupefacientes, la prostitución, los juegos de azar...), se ocupa de los que en ese momento aún quedaban por liquidar: el alcoholismo, las peleas de gallos y aquel al que, en realidad, dedica casi todo el espacio: el homosexualismo, para él "uno de los más nefandos y funestos legados del capitalismo". Comienza Feijóo con una afirmación de una candorosa idiotez: "En una ocasión Fidel nos advirtió que en el campo no se producen homosexuales, que allí no crece este vicio abominable. Cierto. Las condiciones de virilidad del campesinado cubano no lo permiten" (es una verdadera pena que no podamos saber qué hubiese opinado sobre ello Reinaldo Arenas). Feijóo cita después al crítico chileno Ricardo Latcham, quien se lamenta de que la homosexualidad sea un problema grave en ciudades como Santiago de Chile y México, a lo cual él contestó expresando su confianza en que, en Cuba, "el socialismo, que reivindica y sanea al hombre, destruirá ese vicio dondequiera que se manifieste". Como dicen los norteamericanos, no comment. Interrogado por Latcham acerca del homosexualismo entre los escritores y artistas cubanos, el autor de Tumbaga comenta que "pasó un mal rato", pero tuvo que confesarle la verdad: "Que ese legado del capitalismo se mantiene aún. Pero que contra él se lucha y se luchará hasta erradicarlo de un país viril, envuelto en una batalla de vida o muerte contra el imperialismo yanqui. Y que este país virilísimo, con su ejército de hombres, no debe ni puede ser expresado por escritores y artistas homosexuales o seudohomosexuales. Porque ningún homosexual representa la Revolución, que es un asunto de varones, de puño y no de plumas, de coraje y no de temblequeras, de entereza y no de intrigas, de valor creador y no de sorpresas merengosas. Porque la literatura de los homosexuales refleja sus naturalezas epicénicas, al decir de Raúl Roa. Y la literatura revolucionaria verdadera no es ni será jamás escrita por sodomitas, eso es un fraude más, una superchería más de tan bien empiñados viciosos". Feijóo suscribe plenamente la opinión del crítico chileno de que los conjuntos danzarios "enfermos" deben de ser aniquilados, para que "den paso a nuevos cuadros con los artistas viriles. ¡Y qué decir de otros géneros artísticos!". Y concluye su artículo: "No se trata de perseguir homosexuales, sino de destruir sus posiciones, sus procedimientos, su influencia. Higiene social revolucionaria se llama esto. Habrá de erradicárseles de sus puntos claves en el frente del arte y de la literatura revolucionaria. Si perdemos por ello un conjunto de danzas, nos quedamos sin el conjunto de danza 'enfermo'. Si perdemos un exquisito de la literatura, más limpio queda el aire. Así nos sentiremos más sanos mientras creamos nuevos cuadros viriles surgidos de un pueblo valiente. Rompamos el vicioso legado capitalista". La "higiene social revolucionaria" reclamada por Samuel Feijóo se empezó a aplicar seis años después, cuando los delegados al Primer Congreso Nacional de Educación y Cultura aprobaron, entre "otros trascendentes materiales" (así eran calificados en el editorial del número 65-66 de la revista Casa de las Américas), una resolución sobre la sexualidad. En la misma se repetían algunos de los términos usados por Feijóo: "Respecto a las desviaciones homosexuales se definió su carácter de patología social. Quedó claro el principio militante de rechazar y no admitir en forma algunas estas manifestaciones ni su propagación". Aunque se aclaraba que "el homosexualismo no debe ser considerado como un problema central o fundamental de nuestra sociedad", se precisó que era "necesaria su atención y solución", y se resaltaba "el carácter antisocial de esta actividad y las medidas preventivas y educativas que deben implementarse. El saneamiento de focos e incluso el control y reubicación de casos aislados, siempre con un fin educativo y preventivo". Dos de los puntos sobre los cuales insistía Feijóo, la expulsión de los homosexuales de los conjuntos artísticos e instituciones culturales y su incapacidad para representar el arte cubano revolucionario, hallaron pleno respaldo en los documentos del Congreso. Acerca del primero, se sugirió "el estudio para la aplicación de medidas que permitan la ubicación en otros organismos de aquellos que siendo homosexuales no deben tener relación directa en la formación de nuestra juventud desde una actividad artística o cultural". En cuanto al segundo punto, el Congreso acordó "evitar que ostenten una representación artística de nuestro país en el extranjero personas cuya moral no responda al prestigio de nuestra Revolución". El Congreso Nacional de Educación y Cultura marcó el inicio de lo que se ha bautizado como el quinquenio gris de la cultura cubana. Entre los escritores que emergieron en aquellos años en que el nivel de nuestra literatura llegó a mínimos nunca antes —ni después— alcanzados, está Manuel Cofiño López, en cuyos hombros cayó la tremenda responsabilidad de crear la novela de la edificación socialista. Algo a lo cual, por cierto, él nunca había aspirado, pero que no le quedó más remedio que aceptar y llevar adelante lo mejor que pudo. Ante la evidencia de que Carpentier nunca iba a escribir la novela revolucionaria que durante años prometió —la anunciada El año 59 nunca pasó de unas pocas páginas— y dada la ausencia de otras figuras de similar relevancia, la salida de La última mujer y el próximo combate (Premio Casa de las Américas 1971) vino a catapultar a Cofiño como la gran esperanza blanca de la narrativa de la revolución. Voy a finalizar mi artículo con el párrafo que inicia el prólogo de una de las varias reediciones que tuvo ese libro (pertenece a la de Ediciones Huracán, Arte y Literatura, La Habana, 1975). Lo escribió Manuel Rojas, chileno como Ricardo Latcham: "Uno de los elementos que componen esta novela es su tono cubano, sabroso y sin recargos; después, lo natural de su ritmo. No aturde con una multiplicidad en el tiempo, en el espacio y en los personajes, a lo Vargas Llosa, ni con palabras inglesas o francesas, alusiones a Nueva York o a cualquier muelle del Sena, a lo Cortázar, no. Por último, tampoco es decadente. Es una novela en que intervienen trabajadores revolucionarios y entes débiles, fuera de ladrones, traidores y ausentistas. Contra ellos, la revolución no puede hacer sino lo que hace: luchar contra los antisociales". En descargo de Rojas, me parece justo apuntar un par de cosas: la primera es que cuando lo redactó andaba por los setenta y cinco años; y la segunda, que es autor de una buena novela, Hijo de ladrón, en la que, por cierto, emplea y yuxtapone diferentes planos temporales. URL: http://arch.cubaencuentro.com/cultura/ojosdelector/2002/12/04/10468.html |
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