Viernes, 24 enero 2003 Año IV. Edición 541 IMAGENES PORTADA
Opinión
La cultura del poder

Vanguardia revolucionaria versus vanguardia intelectual. De cómo la sangre llegó al río.
por DENNYS MATOS, Madrid Parte 3 / 4

Luego sí se aplicaría a aquellos grupos que, sin tomar el camino de la lucha armada, no compartían el rumbo socialista que tomaba la revolución. También a aquellos que, aun compartiendo el derribo de la dictadura de Batista, prefirieron no involucrarse en la dialéctica de los cambios radicales. Algo que puede advertirse cuando en Palabras a los intelectuales Fidel Castro dice: "...la revolución nunca debe renunciar a contar con la mayoría del pueblo; a contar no sólo con los revolucionarios, sino con todos los ciudadanos honestos que, aunque no sean revolucionarios, es decir, que aunque no tengan una actitud revolucionaria ante la vida, estén con ella..." Aquí persiste cierto contenido de civilidad, todavía se habla de ciudadanos —no de masas— a los que se le reconoce (y tolera) su individualidad.

Esta concepción de pueblo, comprensivo y tolerante con las disyuntivas sociales que las transformaciones revolucionarias iban generando, fue blanco de sistemáticas purgas. Se le borró todo contenido que no fuese el asignado por los presupuestos más oportunistas y extremos del poder. Las directrices del proceso se aceleran a partir de 1965, y éste culmina a mediados de la década de los setenta. Esta fase coincide —y no casualmente— con un elevado desarrollo de la "cultura política de las masas", también con un definitivo giro de la revolución hacia una "dictadura del proletariado". En el periodo, el discurso que enuncia las posturas político-ideológicas del régimen comienza a cerrar su concepción de "pueblo". Empieza a restringir y clasificar sus figuras y categorías semánticas, instaurando un nuevo límite para su significado dentro del contexto social. Un postura argumentada por el Partido Comunista (PCC), que ya afianzaba su poder. El 10 de octubre de 1968 —En la velada conmemorativa de los cien años de lucha—, Castro habla en nombre del Partido: "Cuando decimos pueblo hablamos de revolucionarios; cuando decimos pueblo dispuesto a combatir y a morir no pensamos en los gusanos ni en los pocos pusilánimes que quedan: pensamos en los que tienen el legítimo derecho a llamarse cubanos y pueblo cubano". A la concepción de pueblo más abierta y dialogante de los primeros años de revolución, se le han practicado lecturas simplificadoras en aras de conseguir una homogeneidad discursiva acorde con los dogmas marxista-leninistas.

Tal postura es una evidente manifestación de poder del grupo que se había hecho con el control de la revolución. También una advertencia para aquellos que no compartían completamente sus ideas. De este modo la revolución —ya dictadura "del proletariado"— consigue incorporar la fórmula Revolución=Pueblo, o hacer de "pueblo" un sinónimo de "revolución". Logra institucionalizar una especie de terrorismo nacional (el terror rojo contra el terror blanco del que hablaba Lenin) que defiende y protege los intereses de un pueblo previamente definido por el poder, reprimiendo brutalmente todo lo que atenta contra la unidad e integración de ese "pueblo" en torno al castrismo. El proceso fue dirigido por un PCC que, además de autoproclamarse único representante de los intereses nacionales, se convertía en su vanguardia militante. La fórmula, con toda la carga de sadismo social que comporta, será la punta de lanza con la que se aterrorizaran —en actos de infinita crueldad— todas aquellas posturas intelectuales, artísticas, políticas o ideológicas divergentes, o que contradigan el "poder del pueblo" personificado en la "vanguardia revolucionaria".

El PCC, la revolución y los intelectuales

"Una revolución —decía Engels— es, indudablemente, la cosa más autoritaria que existe. Es el acto por el cual una parte de la población impone su voluntad a la otra por medio de fusiles, bayonetas y cañones, recursos autoritarios si los hay; y el partido victorioso, si no quiere haber luchado en vano, tiene que mantener este dominio por el terror que sus armas inspiran a los reaccionarios".

El PCC, refundido en 1965, se organiza siguiendo el esquema de Partido de Nuevo Tipo leninista, que inaugurara el principio del monopolio político-ideológico. El propio Fidel Castro enunció las líneas de lo que después sería la práctica totalitaria, cuando pronunció su discurso En el acto de presentación del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, el 3 de octubre de 1965: "De una vez por todas y para siempre ha de desaparecer todo tipo de matiz y todo tipo de origen que distingan a unos revolucionarios de otros".

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