Para el día después |
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Carencias ciudadanas e importancia del consenso. Escudriñando el futuro nacional. |
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por ENRIQUE COLLAZO, Madrid |
Parte 3 / 3 |
Como señala el historiador Alejandro de la Fuente, el vínculo entre revolución y justicia racial implica que dicha justicia dependa de una serie de premisas estructurales y de la capacidad del Estado para su fomento y subvención. Pero precisamente esa efectividad le ha fallado al Estado cubano en los noventa, debido a la permanente crisis que atraviesa. Por consiguiente, se han abierto nuevos espacios para la acción social de las ideologías racistas, las cuales, combinadas con una severa penuria material y de recursos, alientan prácticas discriminatorias y generan tensiones étnicas. De la Fuente apunta que actualmente "la raza se halla en el centro mismo de la crisis cubana", y no le falta razón.
Tras el fin de la dictadura, lograr la estabilidad política en el país y un ambiente favorable para que los mecanismos democráticos y las nuevas instituciones cumplan su función y sean respetadas —arraigándose gradualmente los hábitos de una cultura democrática en el tejido social—, requerirá de mucho tiempo y bastante paciencia. Si la recuperación material de Cuba no viene acompañada de alguna forma de motivación espiritual, de un sistema de valores que contribuya a superar la vergonzosa situación presente, la alternativa política que se adopte carecerá de bases estables. Se generarán fenómenos de fraude y corrupción pública sistematizada, como ocurre en las frágiles democracias latinoamericanas, y de poco servirán los hipotéticos incrementos del Producto Interior Bruto.
La sociedad cubana actual se encuentra bastante desorientada en cuanto a objetivos y medios para alcanzarlos. No debe perderse de vista que un elevado porcentaje de la población de la Isla está compuesto por jóvenes que no han conocido otro régimen que el de Castro, que no tienen idea de qué es el capitalismo o una democracia liberal y las responsabilidades individuales que ello encierra. Llevar adelante una tarea educativa que resalte la importancia de estos valores, y fomentar de alguna manera la discusión entre los cubanos con respecto al futuro del país, resulta vital para recuperar el sentido de proyecto nacional, indispensable en los grandes esfuerzos colectivos. Muchos cubanos se han acostumbrado ya a la corrupción y al autoritarismo. No basta con dar por sentado que —porque la mayoría está harta del sociolismo y anhela un Estado regido por leyes justas, un gobierno sujeto a los votos de los ciudadanos y una vida caracterizada por la libertad, las oportunidades y la diversidad— se va a operar el milagro y la sociedad va a ser capaz de reaccionar favorablemente a las profundas transformaciones que le aguardan. No hay que perder de vista que el éxito de un programa de transformaciones dependerá básicamente de que la población esté completamente convencida de que las reglas del juego cambiaron.
La falta de decoro que padecen muchos hombres y que Martí lamentaba, no debe ser compensada por un solo hombre fuerte, representante del ser nacional. La nación pertenece por igual a todos, y para toda persona con un mínimo de conciencia política experiencias como la de la dictadura necesaria y el Mesías redentor no deben repetirse. En el largo y complicado proceso que espera a los cubanos, las diversas manifestaciones de su cultura liberal y democrática, generadas a lo largo de la historia, encierran suficientes reservas de carácter ético-moral y podrían servir de guía, tanto como la experiencia acumulada por los países ex-comunistas de Europa oriental. La capacidad para implantar un sistema de democracia real va a necesitar del empeño de todos y será fruto de un largo y esforzado ejercicio. En ello, el exilio debería ejercer un influjo determinante.
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