Viernes, 24 enero 2003 Año IV. Edición 541 IMAGENES PORTADA
Opinión
Para el día después

Carencias ciudadanas e importancia del consenso. Escudriñando el futuro nacional.
por ENRIQUE COLLAZO, Madrid Parte 2 / 3

Este tipo de mentalidad es resultado, como expresó José Lezama Lima, de "un país frustrado en su esencial político", y a pesar de que Cuba, a la altura de los años cincuenta, contaba con las premisas suficientes para evolucionar favorablemente hacia un orden liberal y democrático, se impuso la vía militarista que buscaba una recomposición de la oligarquía conservadora. El ultraje sufrido por las instituciones democráticas y la Constitución después del golpe de Estado de Batista generó en el grupo de jóvenes liderados por Fidel Castro la decisión de derrocar por la fuerza a la dictadura y restablecer la República consagrada por la Constitución de 1940. Sin embargo, tras la victoria revolucionaria, Castro se ocupó de desmontar sistemáticamente los principios sobre los cuales se apoyaba aquella Constitución liberal democrática, los de la propiedad privada, la separación de poderes y los derechos civiles y políticos.

La revolución estableció un régimen político que hizo de la intransigencia y la simulación una virtud, y cuya idea de la soberanía no era otra que la autoritaria, presente desde el absolutismo monárquico del antiguo régimen hasta las dictaduras totalitarias del siglo pasado. Hoy puede constatarse que el régimen de Fidel Castro ha destruido gran parte del acervo espiritual, histórico, moral y jurídico de la nación cubana.

Los efectos de este magisterio dogmático y amoral han calado profundamente en la mentalidad de muchos que, aun sin tener plena conciencia de ello y a pesar de vivir en el exilio, reproducen determinados vicios del castrismo. Con frecuencia nos cuesta mucho tener en cuenta la opinión de los demás o, en el mejor de los casos, simulamos una falsa tolerancia al derecho ajeno; una actitud resultado de la carencia de una tradición de convivencia democrática inherente a la modernidad. Y quizás lo más preocupante es que estas actitudes se reproducen en Miami, la mayor y más rica reserva del exilio, enclavada por demás en un país baluarte de la efectividad democrática. Allí son frecuentes las posturas intransigentes y descalificadoras de todo cuanto provenga de la Isla, salvo en la intelligentsia adscrita a la vida académica y cultural.

Tal parece que tampoco en el exilio la tolerancia y los valores civiles han calado profundo, y costará mucho que sean asimilados y entendidos por la mayoría como un activo que revestirá gran importancia en la Cuba del futuro. Teniendo en cuenta estas graves carencias, compartidas casi por igual entre la Isla y su éxodo, cabría preguntarse: ¿De qué manera conciben la convivencia en la Cuba del mañana individuos moralmente tan maleables y que pretenden ignorar o pisotear los derechos de quienes piensan distinto? ¿Cómo conseguir que fluya el diálogo entre sujetos tan alterados y emotivos, predispuestos a excluirse mutuamente en vez de hacerse escuchar? ¿De qué manera se logrará el indispensable consenso nacional para dilucidar problemas tales como las políticas de devolución y compensación por bienes expropiados y las preferencias entre la aplicación de la justicia o la reconciliación?

Esta subjetividad incorpora un elemento de incertidumbre cuando se aventuran escenarios de futuro, y convence de que los desafíos serán muy grandes, realmente enormes. Es imprescindible coordinar los esfuerzos de los disidentes en la Isla con las formaciones políticas del exilio para llevar adelante una sistemática labor de esclarecimiento sobre la necesidad de alcanzar un consenso mínimo entre los diferentes actores, premisa indispensable si se trata de conseguir la transformación de la sociedad cubana y su inserción en el contexto internacional, así como el disfrute de las libertades civiles, conculcadas por más de cuarenta años.

Otro de los graves problemas que tendrá que encarar la Cuba del futuro es el racial. La inmensa mayoría de la emigración cubana es blanca y, por efecto de la incesante diáspora que empobrece al país desde los años sesenta, actualmente alrededor de un 40% de la población de la Isla es negra o mulata. Ello encierra una dificultad añadida si se considera que la lenta pero creciente privatización de la economía cubana, ocurrida durante los noventa, ha minado las bases que sustentaban los niveles de igualdad racial alcanzados en el período posterior a 1959.

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