Para el día después |
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Carencias ciudadanas e importancia del consenso. Escudriñando el futuro nacional. |
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por ENRIQUE COLLAZO, Madrid |
Parte 1 / 3 |
Más allá de la imprescindible conversión de Cuba en una economía de mercado tras la desaparición del sistema castrista, existe un problema que preocupa a los que de una u otra manera meditan el futuro de la nación. Se trata de la recuperación de su sociedad, profundamente envilecida desde el punto de vista ético-moral tras más de cuatro décadas de férreo autoritarismo.
Cuando se constata la profunda dicotomía entre el discurso y la praxis del poder cubano, así como su desinterés por paliar las situaciones de penuria extrema que afronta la población urbana y rural desde hace más de una década, se concluye que la clase dirigente ha dejado ya de representar genuinos intereses populares y tampoco defiende un comunismo a la vieja usanza, legitimado por una ideología marxista-leninista, sino que simplemente ha recurrido a la vieja fórmula del capitalismo de Estado, implementada ya por Fulgencio Batista en los cincuenta, para retener el poder. Para ello se ampara en una retórica nacionalista que permite a ciertos grupos identificar eficazmente sus propios intereses con los de la nación, excluyendo cualquier otra alternativa de representatividad.
Como apunta el historiador Rafael Rojas, "esta ambivalencia de discursos y prácticas produce una subjetividad atormentada por múltiples desdoblamientos morales" en sujetos que han desarrollado una asombrosa capacidad de simulación. Tales individuos censuran a la "mafia cubana de Miami", pero ansían que ésta los visite y financie sus compras en la shopping; consideran que el sistema en que viven es el más democrático del mundo, pero a la vez critican en voz baja a "quien tú sabes"; se enorgullecen cuando ven en sus televisores los baños de multitudes que organiza "El Jefe", pero al unísono detestan tales montajes y ambicionan una antena parabólica y libertad informativa para enterarse en detalle de lo que realmente pasa en su propio país y en el mundo.
Como señaló José Ortega y Gasset en El ocaso de las revoluciones, "en la historia, al alma revolucionaria no le sigue un alma reaccionaria, sino un alma desilusionada". De ahí que, teniendo en cuenta el desánimo y la inercia social que prevalecen en Cuba como consecuencia de la generalización de estas conductas, sea necesario resaltar la importancia de fomentar una nueva mentalidad donde primen la responsabilidad, el compromiso moral y cívico, la tolerancia, la transparencia, en fin, las virtudes ciudadanas, para que una vez fundadas las instituciones democráticas y el cuerpo legislativo que las respalde, logren cumplir eficazmente su cometido y disfruten de un mínimo de respeto y de credibilidad en la población.
Hay que admitir que con respecto al grado de asimilación que podría tener la implantación de una sociedad democrática en la Isla, los pronósticos son poco optimistas. Sobre este asunto Martí advirtió: "La intolerancia: eso hemos heredado de los españoles; rudeza, aspereza contra los que no piensan como nosotros". Visto el problema desde una perspectiva histórica, el pueblo cubano carece de la más mínima cultura civilista y democrática, por lo cual virtudes como la responsabilidad ciudadana, o principios como la moral y el civismo, indispensables para el buen funcionamiento de una democracia, escasean. Rojas ha expresado acertadamente que los sujetos de la Isla y el exilio nos resistimos a sustentar nuestros vínculos morales en el bien común de nuestro país, pues estamos condicionados por otras motivaciones —la familia, el barrio, los amigos, el jefe, la raza, la provincia de origen, etcétera— antes que por la República. Existen demasiados elementos de dispersión, de fuerzas de naturaleza centrífuga que conspiran en contra de la definitiva cristalización de Cuba como nación: "Sabemos ser socios, no ciudadanos. Somos las criaturas románticas de una Patria, no los sujetos modernos de una Nación".
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