Viernes, 24 enero 2003 Año IV. Edición 541 IMAGENES PORTADA
Opinión
Entre Martí y Darío: Más allá de las guillotinas

La embajada cubana en Managua la emprende contra uno de los intelectuales más prestigiosos de la izquierda democrática latinoamericana: Sergio Ramírez.
por ARTURO LOPEZ LEVY, Nueva York Parte 3 / 3

Después de la derrota de 1990, Sergio Ramírez demostró aún más su integridad. Al ocurrir la "piñata", operación por la cual algunos cuadros del FSLN se adjudicaron propiedades para sí con el pretexto de que eran necesarias para la sobrevivencia del Partido, Sergio estuvo entre los primeros en denunciar esa práctica corrupta cual desprestigio contra las justas entregas de tierras a los campesinos y beneficios a las clases populares. Como jefe de la bancada sandinista en el Congreso durante la transición, Sergio jugó un papel importantísimo en el desarrollo de la democracia política en Nicaragua.

Su labor se hizo más difícil, pues los vicios del somocismo y la reacción construyeron un maridaje vergonzoso con el caudillismo y la corrupción de los radicales de izquierda. Para salvaguarda de su honor, Sergio Ramírez fue excluido de la dirección del FSLN. En esas complejas circunstancias se fundó el movimiento de Renovación Sandinista con el fin de modernizar y hacer viable una propuesta de izquierda democrática para su patria. De los obstáculos y zancadillas a movimientos como ése no se ha salvado Nicaragua hoy, cuando el bipartidismo impuesto desde arriba cercena la posibilidad de una renovación de la clase política, más urgente cada día.

Como análisis de su carrera política, Ramírez Mercado escribió el mejor estudio de la revolución sandinista desde dentro. En Adiós muchachos, con una mirada autocrítica, denunció los vicios que la agresión externa alimentó, pero que formaban parte del proyecto estratégico antidemocrático de un sector de los Comandantes. Desde el dolor de la pérdida, Ramírez termina su libro enorgullecido por su desempeño y ofrece un nuevo paradigma de izquierda para la América Latina, sin caer en la trampa que Lula denunció ante el I Congreso del FSLN, cuando criticó el intento de construir una "democracia proletaria" que reniega de las libertades de la "democracia representativa".

En relación a Cuba, Ramírez siempre ha combinado la defensa de la soberanía e independencia de la Isla con un compromiso irrestricto con los derechos humanos. Ha sido siempre crítico con los actos de intolerancia ocurridos en Miami contra artistas cubanos y condenado el injusto embargo contra la mayor de las Antillas. A su vez, ya en 1990, cuando era el candidato a la Vicepresidencia, Ramírez afirmo que Cuba debía tener las libertades políticas de que se gozaba en Nicaragua. Al recibir el premio José María Arguedas en la Casa de las Américas, Ramírez recordó cómo el premio Alfaguara de 1998 lo compartió con Eliseo Alberto, cuyo libro Caracol Beach no ha sido publicado en la Isla, a pesar de los numerosos lauros recibidos.

Su raigambre martiana queda demostrada cuando rescata la idea del consenso como componente imprescindible de los programas de izquierda, la pertinencia del equilibrio social y la necesidad de evitar rupturas entre los diferentes componentes de una sociedad que desvíen el proyecto nacional. De juntar y no dividir a los empresarios, los obreros, los campesinos, las iglesias, los intelectuales, etcétera. De tomar en cuenta las correlaciones de fuerza internacionales. De dimensionar a un primer plano la lucha contra la corrupción, una revolución en sí misma. 

Afortunadamente, la conferencia sobre José Martí y Rubén Darío tuvo lugar en Managua y a pleno auditorio. No hubo guillotina capaz de cortar esa bella idea. Sergio Ramírez nos ha regalado una conmovedora descripción del encuentro del Maestro y Darío en Nueva York, accesible en su portal de Internet, y que es un maravilloso homenaje de la intelectualidad y el pueblo nicaragüense a José Martí, que quiere decir a Cuba. Quizás la belleza de su verbo nos ofrezca a todos fuerza suficiente para ver que el apóstol no es patrimonio exclusivo de ningún sector político, sino que pertenece a todos los patriotas en Cuba y América Latina. Quizás entonces comprenda Guillot que dondequiera que se homenajee a Martí como lo hizo el autor de Adiós muchachos, los cubanos debemos estar presentes.

En su enjundiosa presentación, Ramírez nos reproduce la agonía de Darío invitado por Martí a sentarse junto a él en la presidencia del acto en Hardman Hall. Darío, quien fungía como diplomático en Nueva York, describió más tarde: "Y yo pensaba lo que diría el gobierno colombiano de su cónsul general, sentado en público, en una mesa directiva revolucionaria anti-española". Guillot puede aprender una lección de Darío. Si no de diplomacia, por lo menos de integridad.

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