Viernes, 24 enero 2003 Año IV. Edición 541 IMAGENES PORTADA
Opinión
El postcomunismo y el hombre en Cuba

por RAFAEL ROJAS, México D. F. Parte 2 / 3

En los últimos quince años, esos hijos de la Revolución, que ya representan la mayoría demográfica del país, han protagonizado la transformación postcomunista del régimen cubano. Porque lo cierto es que también en Cuba cayó el comunismo en 1992, sólo que de una manera secreta, sigilosa y hasta vergonzante. La nueva Constitución, aprobada en el verano de ese año, y las reformas económicas emprendidas por el Gobierno a mediados de los 90, propiciaron un auténtico cambio de sistema social que se moduló, en buena medida, con la preservación del régimen político. Hoy, el sistema cubano no es un comunismo totalitario, legitimado por una ideología marxista-leninista, sino un capitalismo de Estado, que se justifica con una retórica nacionalista. Además del vehemente discurso de continuidad del Gobierno, otros dos factores contribuyen a ocultar las dimensiones de ese cambio: la persistencia de Fidel Castro en el poder y la hostilidad de Estados Unidos. Esas son las dos únicas constantes, en más de cuatro décadas autoritarias, que apuntalan el mito de que la Revolución Cubana aún existe. En términos de un marxismo elemental diríamos que en Cuba cambiaron las relaciones de producción, pero la superestructura jurídica y política permanece intacta.

El Estado cubano se ha transformado en una gran empresa, administrada por los hijos de la Revolución. La jefatura central de la empresa está localizada en los círculos militares y políticos que rodean a Fidel Castro, el Padre Gerente, pero el liderazgo ejecutivo está ramificado entre múltiples ministerios y corporaciones, firmas y organismos. No hay institución en Cuba, por muy estatal que sea, que no haya sido impactada por la lógica de la naciente "economía socialista de mercado". Lo mismo los Comités de Defensa de la Revolución (CDR) que la Federación de Mujeres Cubanas (FMC), la Asociación Nacional de Agricultores Pequeños (ANAP) que el propio Partido Comunista, por no hablar del Ministerio de Cultura, aspiran a niveles de ingresos que no pueden ser colmados por el presupuesto de egresos del Gobierno y exploran nuevas fuentes de financiamiento, sin desechar aquellas que puedan provenir de grandes fundaciones europeas y norteamericanas.

Poco a poco también en Cuba, al igual que en la Europa del Este de los años 80, se va creando un sector intermedio, semiprivado o semipúblico, que colinda con la esfera estatalizada y con el mundo de la economía informal. Ese sector está siendo ocupado socialmente por una elite de clase media alta, educada y profesional, que goza de salarios mixtos, en pesos y dólares, y que también se beneficia del abastecimiento de productos básicos y los derechos sociales que garantiza el Estado. Es probable que en esa zona se esté incubando una nueva subjetividad política, que hoy favorece el avance de las reformas económicas hasta la apertura de la pequeña y mediana empresa privada nacional, desde un criterio de lealtad al régimen, pero que mañana podría acceder a una transición ordenada a la democracia.

La consolidación de esa nueva clase media es percibida, en los círculos reformistas de la Isla, como una garantía de que el tránsito a la democracia y la economía de mercado, en un escenario de normalización de las relaciones con Washington y, sobre todo, con Miami, no sorprenderá a los cubanos sin una elite económica que asimile y, a la vez, compense la avalancha del capital de la diáspora. Las últimas oleadas migratorias, de los 90 para acá, que en su amplio espectro social contemplan desde un humilde balsero hasta un ingeniero graduado en la Universidad Lomonosov, favorecen, por su parte, al sector dolarizado de la economía cubana. Esas decenas de miles de jóvenes emigran sin un alto grado de politización que les impida enviar remesas a sus familias, apoyar el levantamiento del embargo comercial e, incluso, vislumbrar una repatriación en un futuro cercano que les ofrezca posibilidades de inversión o negocio.

Bajo esa nueva clase media, que se articula paralelamente en la Isla y la diáspora, habita un mundo de precariedad e incertidumbre, miseria y desconfianza, vinculado al circuito mayoritario de la economía en moneda nacional. Ese mundo, el de la libreta de abastecimiento y la bolsa negra, el de la falta de luz, gas y agua, el de las jineteras y los proxenetas, la droga y el hambre, las colas y las guaguas, la bodega y el peso, ha sido estudiado por Ben Corbett en su impactante libro This is Cuba. La masiva población urbana y rural que aglutina ese segmento ha sufrido los costos sociales del postcomunismo, un presente que el discurso del poder asume como una fase más de la eterna Revolución. A pesar de que el Gobierno de Fidel Castro se ha cuidado de atribuir toda la responsabilidad de la crisis a Estados Unidos, por su injusto y contraproducente embargo comercial, y a la extinta Unión Soviética, por haber abandonado la Isla en 1992, esa población mayoritaria se pregunta cada día si vale la pena tanto sacrificio.

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