Viernes, 22 noviembre 2002 Año III. Edición 500 IMAGENES PORTADA
Opinión
La izquierda incorregible

Por primera vez, el Parlamento Europeo no concede el Premio Sajarov por consenso: socialistas, comunistas y verdes votan contra la candidatura cubana.
por ORLANDO FONDEVILA, Madrid Parte 1 / 2
La Pata...

En 1989, con su complemento en 1991, se derrumbó un mundo. Un mundo espeso, cargado de oropeles desde sus inicios retóricos —con el Manifiesto Comunista— allá por 1848, fecha de nacimiento más o menos oficial de esa especie de religión atea que ha sido el marxismo. Religión que, como todas —y a veces más—, ha dispuesto de un poder de seducción de magnitud tal que se resiste a su propia muerte. Se camufla, se contorsiona, se enquista en los múltiples meandros de la conciencia en que se asentaron sus toxinas ideológicas. El marxismo, esa especie de droga ideológica dura, crea en sus adeptos, en la mayoría de quienes la han probado alguna vez, una dependencia para la cual —parece— aún no se han encontrado antídotos eficaces. Probablemente el único conocido sea el de haber padecido sus efectos en la carne, más allá del humo narcotizante de sus ideas. Y a veces, ni así.

El marxismo, después de sus tumbos iniciales, alcanzó su reino en el siglo XX. Tuvo su centro de poder y sus popes. Y ha tenido, también, sus cismas, sus variaciones exegéticas y sus diversas sectas. Incluso ha mantenido feroces luchas sectarias, y no sólo en el plano de las ideas. Pero al margen de grandes mordidas o pellizquitos, lo esencial original no se ha modificado. Todas las sectas marxistas o filomarxistas pueden agruparse bajo una gran denominación genérica: eso que se ha venido definiendo como "la izquierda".

Después de la caída del Muro de Berlín y de la desaparición del centro de poder de la izquierda, después de hallarse más que testificados los horrores sin cuento y los muertos (físicos, con nombre y apellidos) en aquellos países en que el marxismo se hizo poder, la izquierda se conmocionó de tal manera que hasta pudo presumirse su desaparición. Pero no, las toxinas hicieron lo suyo y se pusieron entonces de relieve algunas de sus virtudes principales: la sofística y el travestismo. Primero, se desmarcó (camaleónicamente) del muerto. Después, restó importancia a las "exageraciones" que se hacían de los pecados del muerto. Luego, insistió en las diferencias entre la izquierda totalitaria y la "democrática". Más tarde, pasó la página del fracaso estentóreo del comunismo para, a cambio, vender el supuesto fracaso del capitalismo, al que ahora convierte, para confundir, en neoliberalismo o "globalización", sus nuevas bestias negras.

La izquierda, vístase como se vista, no se resigna al fracaso de sus paradigmas, a la muerte de sus sueños. Sólo cambia de táctica y espera mejores momentos. Su corazoncito, diga lo que diga, vive en un pasado que añora resucitar. Entiéndase esto en sentido general, por supuesto. Por supuesto que también se perciben, en algunos sectores, intentos de rectificación.

Tal vez la prueba definitoria de este análisis pueda encontrarse en las relaciones y en la actitud de la mayor parte de la izquierda para con el totalitarismo cubano. En este punto no es preciso tomar en consideración el respaldo abierto que brindan al castrismo los todavía comunistas confesos. Ello se da por descontado y, además, es lógico. Pero sí es importante el apoyo, no ya tibio o velado, que recibe La Habana de otros sectores de la izquierda "democrática": socialistas, socialdemócratas, verdes (por fuera, rojos por dentro), antiglobalistas y otros. Sobran los ejemplos. He aquí algunos de los más recientes:

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