Lunes, 18 noviembre 2002 Año III. Edición 496 IMAGENES PORTADA
Opinión
Envidia, esperanza

Un llamado a la reconciliación nacional a propósito del reciente encuentro futbolístico entre las dos Coreas.
por RAúL RODRíGUEZ, San José  
Homenaje
Homenaje a Elena Burque en Miami (Pedro Portal)

El pasado septiembre se realizó en el estadio mundialista de Seúl un encuentro de fútbol entre los equipos de las dos Coreas. El encuentro fue dominado en el primer tiempo por uno de los conjuntos, y en el segundo por el otro; terminó empatado a cero goles. Una igualdad deportiva que resultó goleada a favor de la reunificación.

Los equipos prescindieron de las banderas de Corea del Norte y del Sur. Los jugadores aparecieron en el terreno con la insignia de la unificación: el dibujo de la península en azul sobre fondo blanco. Los asistentes al partido vitoreaban a uno y otro conjunto indistintamente, de acuerdo con las incidencias del juego. Algunos de los 60.000 surcoreanos presentes vestían camisas rojas a favor del equipo local; otros lucían camisetas color cielo con la leyenda "Una Corea". Al final la apoteosis, lágrimas en los ojos de muchos: las más sentidas porque fueron reflejo, al unísono, de un dolor que se presiente en extinción y una felicidad que se percibe cercana.

El evento deportivo fue acordado en un encuentro de dirigentes de las dos Coreas que culminó el 14 de agosto pasado con la decisión de arreglar una reunión de familiares. Se trata de parientes que han estado forzosamente separados por una de las fronteras más fortificadas del mundo. En el acuerdo de mediados de ese mes, se incluyó continuar las conversaciones sobre aspectos militares y económicos, todos pasos conducentes al objetivo de una verdadera reconciliación.

Cuba no ha experimentado una guerra ni su territorio está partido en dos. Aun así, en espíritu existen dos Cubas. Las comunicaciones y visitas entre cubanos de ambos bandos también están reguladas y, en muchos casos, prohibidas. Geográficamente, unos sobreviven en la Isla y otros viven el desarraigo propio del extranjero, dispersados por el globo aunque con una concentración mayoritaria en EE UU.

Ciertamente, la responsabilidad del cisma nacional no puede ser eludida por su máximo ejecutor, menos ahora que la historia —repitiéndose como comedia— muestra a su torpe discípulo polarizando peligrosamente la sociedad venezolana, tal y como él mismo hizo en los sesenta. Tampoco el deporte puede ser, en el caso de Cuba, el canal apropiado para iniciar un tímido acercamiento; el carácter supuestamente aficionado de la actividad, que en verdad está absolutamente subordinada a los intereses del Estado totalitario, aunque permite topes con equipos profesionales (hasta de su enemigo jurado, "el imperialismo yanqui") jamás facilitará competiciones con representantes de los cubanos expatriados. Sin embargo, es en el ámbito cultural donde se podrían forzar lazos incipientes y dar pasos para la recuperación de una identidad común, la misma que el Gobierno se ha empeñado en borrar.

En la cúspide del éxito de los escenarios internacionales se ve últimamente, cada vez con mayor frecuencia, una mezcla reconfortante de triunfadores ubicados a ambos lados de la frontera ideológica. Los Grammy Latinos juntan, en conveniente confusión, los nombres de Chucho Valdés, Celia Cruz, Omara Portuondo, Paquito D' Rivera, Isaac Delgado, Albita Rodríguez, Síntesis, Willy Chirino, Los Muñequitos de Matanzas, Arturo Sandoval, Buena Vista Social Club, Francisco Céspedes, Lázaro Ross, etcétera. Recientemente en Miami, la segunda ciudad de los cubanos —como la llaman algunos—, se rindió homenaje a la hace poco fallecida Elena Burque, la Señora Sentimiento. Allí estuvo otra triunfadora, su hija Malena, quien forma parte de la diáspora.

Existen en Miami grupos de exiliados que, anclados en el pasado, sostienen una torpe política de aislamiento y exclusión. Todavía tienen una perniciosa influencia en la ciudad, tan es así que lograron abortar la penúltima edición de los Grammy Latinos a pesar de las ventajas económicas que implica ser la sede del significativo evento. Estas agrupaciones le hacen un enorme favor a quienes obtienen cuantiosos beneficios del distanciamiento, e incluso a los que gestaron y sustentan el odio irreconciliable que tanto ha ayudado a mantenerlos en el poder, como el propio Fidel Castro.

Sana envidia debe producir entonces un acontecimiento como el del estadio mundialista de Seúl. Envidia y al mismo tiempo esperanza: la de que lleguemos a comprender, y en consecuencia a propiciar, todo aquello que sin claudicación ideológica para ningún grupo tienda a reforzar la identidad y la reconciliación nacional. La esperanza radica, pues, en promover el encuentro de la cultura cubana.


Imprimir Imprimir Enviar Enviar

En esta sección

Cuba, Castro, izquierda, derecha
JOAQUíN ORDOQUI GARCíA, Madrid
Jacques Derrida: De la razón al evento
EMILIO ICHIKAWA MORIN, Nueva York
La nueva izquierda
JORGE H. FONSECA, Sao Paulo
La izquierda incorregible
ORLANDO FONDEVILA, Madrid
Una obsesión de apellido Martínez
MICHEL SUáREZ, Valencia
La nación y sus derechos
BYRON MIGUEL, Miami
Empezar de cero
MANUEL CUESTA MORúA, La Habana
NOTICIERO
SOCIEDAD
ECONOMÍA
CULTURA
INTERNACIONAL
DEPORTE
MÚSICA
OPINIÓN
DESDE...
ENLACES
Chat
ENTREVISTA
Cartas
BUSCADOR
Galeria
Mini
EDICIONES
» Actual
« Anterior
» Siguiente
Seleccionar
D:  
M:  
A:  
   
Alabao
 
 
PORTADA ACTUAL NOSOTROS CONTACTO DERECHOS SUBIR
 
© 1996-2003 Asoc. Encuentro de la Cultura Cubana.