| La nueva izquierda |
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| Latinoamérica, Brasil y las peculiaridades de un movimiento que comienza a modernizarse. |
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| por JORGE H. FONSECA, Sao Paulo |
Parte 2 / 4 |
A partir de 1990, cuando las sociedades marxistas se desintegraron como un castillo de naipes, desde dentro, la izquierda mundial quedó huérfana, sin saber explicarse claramente lo que había sucedido con el modelo que preconizaba. Fidel Castro y sus fieles simpatizantes en América Latina, los mismos que en los años sesenta y setenta habían recibido jugosas remesas de dinero vivo desde La Habana para "hacer la revolución por las armas", decidieron agruparse en lo que se denominó "Foro de Sao Paulo", organización financiada y dirigida por Cuba a imagen de las Internacionales rusas, pero que recibió ese nombre a partir del desprestigio que implicaba —en la nueva época post marxista— denominarse "Internacional de La Habana". En este Foro participaron guerrilleros y ex guerrilleros de todo tipo —que habían creado en sus países partidos políticos de izquierda— con la contribución adicional de algunos de los partidos de la izquierda tradicional remanente, simpatizante de las ideas socialistas. El Foro de Sao Paulo trabajó muy poco y fue languideciendo hasta su ocaso a partir de la ruina de la economía cubana, fuente de los anteriores e inagotables recursos materiales y humanos al servicio de la subversión.
En este contexto de pérdida de preponderancia de la ideología comunista, varios partidos de América Latina, partidarios de la filosofía contenida en los postulados teóricos marxistas, repentinamente quedaron sin soporte filosófico y tuvieron que beber en otras fuentes más prometedoras, re-direccionando sus líneas políticas con la percepción de lo equivocado de la experiencia comunista, sobre todo a partir de la constatación de lo que sucedía en la Cuba contemporánea (considerada casi como una experiencia de laboratorio de la involución social, la opresión política y el descalabro económico a que el marxismo leninismo sometió a un país anteriormente próspero, hasta hacerlo devenir pincelada de los años cincuenta del siglo pasado en pleno corazón de Latinoamérica).
A fines de la década del noventa —finalmente— surgieron síntomas de un reciclaje en los postulados de la izquierda mundial, sin la intervención de los partidos comunistas. Sus reclamos, sus nuevas organizaciones y sus líderes emergentes, tenían la antiglobalización y el medio ambiente como banderas fundamentales. Esta vez la nueva izquierda no estaba dominada por Moscú y mucho menos por La Habana; se trataba de núcleos dispersos de luchadores callejeros, con bases en Europa, Estados Unidos y Canadá, que, viajando con pesadas mochilas, se encontraron por primera vez en las calles de Seattle, se convocaron para las reuniones del Banco Mundial, para los Foros de Davos y para los encuentros de los presidentes de los siete países más ricos, haciéndose de su primer mártir el año pasado, en Génova, en una confrontación con la policía.
En este contexto, el Partido de los Trabajadores brasileños (PT), la fuerza de izquierda no comunista más numerosa de Sudamérica —que siempre luchó por el socialismo a través de las urnas y que por esa vía había incrementando su presencia como gobierno en distintos niveles de la vida política del Brasil—, comenzó a aproximarse al socialismo europeo. En un ambiente de cambios hacia posiciones menos radicales, el PT decidió organizar en Porto Alegre —cuya prefectura y gobierno de Estado eran controlados por el partido— una reunión que objetivaba a la nueva izquierda mundial dispersa, con una agenda amplia y abierta a los nuevos grupos antiglobalizantes que luchaban acéfalamente en la arena internacional. Recibió el nombre de Foro Social Mundial y se hizo coincidir con otro Foro internacional —el Foro Económico Mundial, más conocido como Foro de Davos—, reunión de intelectuales y políticos del mundo desarrollado que desde la década de los setenta se convoca anualmente en Suiza para tratar académicamente los mejores medios de encaminar las economías capitalistas a nivel global.
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