Martes, 05 noviembre 2002 Año III. Edición 487 IMAGENES PORTADA
Opinión
¿Elecciones de qué?

La nominación en asambleas públicas y a mano alzada, impide el ejercicio de la voluntad popular en los 'comicios' cubanos.
por LEONARDO CALVO CáRDENAS, La Habana  

Este 20 de octubre se inició en la Isla un nuevo proceso electoral, que durará varios meses. Ello probablemente provoque reacciones que vayan de la sorpresa a la incredulidad: ¿Elecciones en Cuba?

Aunque las autoridades han acuñado un cliché, entre atrevido y absurdo, que asegura que las elecciones cubanas son las más democráticas del mundo, ni siquiera quienes en el extranjero todavía le reconocen méritos y posibilidades al proyecto revolucionario toman en cuenta estos insípidos procesos de votación, que cada dos años y medio tienen lugar en el país para dar un viso de legitimidad occidental al por tantos años entronizado poder inamovible.

Las autoridades tratan de avalar la calidad de su sistema electoral con algunas características que pretenden ser tan superiores como originales. Según expresan sin cansarse, no es el Partido, sino los vecinos, los que postulan a los candidatos. Éstos, por lo demás, no son políticos ni legisladores profesionales, más bien ciudadanos escogidos a partir de sus méritos y trayectoria política, laboral y social. El Gobierno se vanagloria, además, de la casi total concurrencia de electores a los comicios.

Amén de negarle a otras tendencias el derecho tradicionalmente asumido de someter su alternativa al escrutinio del ciudadano, el mecanismo de proponer y nominar candidatos en asambleas públicas y a mano alzada, en las condiciones de Cuba, hace muy difícil que alguien se atreva a promover un aspirante contrario a los intereses del poder. Por otra parte, nuestros gobernantes soslayan que la función representativa o legislativa no debe ser un premio a determinados comportamientos políticos o sociales, sino el resultado de una probada capacidad o aptitud para cumplir las funciones que tales investiduras implican.

Al no estar en juego en la liza electoral una real confrontación de alternativas, el principal interés de los gobernantes es utilizar el proceso como prueba del respaldo mayoritario de la población a través de la participación masiva en el acto de votación. Para garantizar el permanente carácter plebiscitario y aprobatorio de los comicios, el Gobierno se aprovecha de las pobres referencias cívicas del pueblo —que no logra todavía identificar el voto como un derecho asumible o declinable—, y del temor generalizado a sufrir consecuencias indeseables a partir de la abstención, el rechazo o la indiferencia al único empleador, distribuidor y juez supremo de la sociedad cubana.

Como resultado invariable de estos mecanismos y metodologías sui generis, todos los candidatos y, por consiguiente, los elegidos, responden incondicionalmente al régimen imperante.

Con estos antecedentes, no deben extrañar algunas particularidades de las estructuras legislativas nacionales. La Asamblea Nacional, flamante órgano supremo del poder del Estado, se reúne a lo sumo cuatro días al año, y el omnipotente Consejo de Estado dispone incesantemente lo que el monocorde órgano legislativo aprobará siempre con invariable unanimidad. Crease o no, en más de 25 años de historia parlamentaria revolucionaria no se ha asistido a una votación dividida, ni a la presentación de un proyecto de ley por parte de un diputado.

La historia ha demostrado que la unanimidad y la uniformidad nunca pueden ser expresión de la libertad o el pluralismo que naturalmente deben caracterizar a cualquier comunidad humana. En realidad, la atrofia cívica que padece Cuba y la pobre confianza de la población en la muy dudosa eficiencia gubernamental y representativa de los que serán invariablemente elegidos, explica el crecimiento de la apatía ciudadana; apatía y desencanto que logran disimularse sólo con la falta de transparencia informativa, la sobredimensionada propaganda oficial y el carácter compulsivo de unos comicios que sólo llevan más agua al molino de la inmovilidad política y social.

Los medios ya difunden un slogan que habla por sí solo: "Mi voto por la Revolución". Un destacado y prestigioso político latinoamericano, premio Nobel de la Paz para más señas, al conocer los pormenores de nuestro sistema electoral no pudo más que exclamar, entre sorprendido e incrédulo: "Es una carrera de un solo caballo". Este domingo 20 de octubre, sonó el disparo de arrancada.


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