| De la ley a la ley |
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| La 'reforma constitucional' dispuesta por el régimen no ha hecho sino avalar, y aun popularizar, el Proyecto Varela. ¿O viceversa? |
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| por JORGE SALCEDO, Cambridge |
Parte 1 / 4 |
Con su más reciente esfuerzo para demostrar al mundo el apoyo de los cubanos al sistema socialista, el régimen de La Habana ha dado un paso decisivo en el reconocimiento de la legitimidad democrática. Poniendo a un lado su tradicional fundamentación historicista, Fidel Castro y sus hombres se afanan por convencernos de que el suyo es un Gobierno que basa su legitimidad en el consentimiento de los gobernados.
Al menos esta vez la prensa internacional no aceptó la iniciativa del régimen como un episodio más del enfrentamiento Cuba-EE UU. Por más que Fidel Castro insistiera en presentar su "reforma constitucional" como una respuesta al discurso del presidente Bush el pasado 20 de mayo, la memoria reciente de la visita de Carter y su respaldo público al Proyecto Varela hizo imposible escamotear lo evidente: ante la petición disidente de modificar el sistema, Castro respondía con una contrapropuesta diametralmente opuesta —y de paso cambiaba los artículos de la "Constitución" que servían de base a la propuesta disidente.
La estrategia es algo burda, pero no descabellada. Al gobernante cubano le tiene sin cuidado ser observado in fraganti cambiando las reglas de juego a mitad del partido. Cierta fama de tramposo no le va del todo mal a un veterano de su gremio. Lo importante es ganar, y ganar por amplio margen. Si el mundo le señalaba a 11.020 cubanos pidiéndole modificar el sistema, él le señalaría a 8 188.198 cubanos pidiéndole lo contrario. El pedido por escrito de tamaña multitud resulta tan aplastante que objetar ante él las violaciones de ciertas reglas de juego parece un mero tecnicismo.
Lógicamente, los disidentes y exiliados cubanos cuestionarían la autenticidad de este pedido alegando las terribles presiones a que son sometidos los votantes de la Isla. ¡Pero qué otra cosa esperar de los disidentes y exiliados cubanos! Su cuestionamiento, esta vez, bordeaba la incoherencia. Los instrumentos de la contrarreforma "constitucional" no han sido otros que el "Parlamento" al que los disidentes dirigían su propuesta y la "Constitución" que proponían como base para iniciar los cambios hacia la democracia. Aceptada esta premisa, es fuerza al menos conceder que la perpetuación del socialismo en Cuba ha sido una transformación "de la ley a la ley".
"De la ley a la ley", he aquí nuestro programa de cambio en el año 2002. Repugnados ante el ciclo de la violencia política y escépticos, con razón, de sus efectos terapéuticos, los demócratas cubanos queremos una salida pacífica del castrismo. Y otro tanto quiere la comunidad internacional, comenzando por EE UU, a quien nada le entusiasma la perspectiva de una carnicería ritual a poca millas de sus costas. Todo ello ha favorecido el que se piense el arribo de la democracia a Cuba como una transición, un proceso organizado y gradual encabezado no por opositores, sino por disidentes —o por el propio Gobierno—, en un esquema que evita todo antagonismo y termina coronado por una casi beatífica reconciliación nacional. Este es el ideal que viene a resumirse en el "de la ley a la ley", emblema de la disidencia y del exilio moderados.
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