La estrategia de las manzanas |
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Tras la ruptura gradual del embargo que avisan el Senado estadounidense y el Puerto de La Habana... una mirada a los múltiples escenarios de la transición en Cuba. |
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por JORGE A. POMAR, Colonia |
Parte 3 / 3 |
Por lo demás, la propia longevidad del castrismo garantiza que con su mentor irán también a la tumba no sólo el régimen unipersonal sino también el mito que lo sustenta. El resto será una historia similar a la penosa transición tras el fin del colonialismo español en 1898, pero esta vez posiblemente sin tropas norteamericanas y con el actual ejército castrista o parte de él garantizando el orden y la dolorosa pero necesaria reconciliación nacional. Un escenario sin duda harto desagradable y nada idílico, pero siempre preferible a la hecatombe tipo Yakarta o Habana 59 que algunos tienen todavía en mente ignorando que, dada la correlación de fuerzas en el terreno, igual podría ocurrir algo peor en caso de guerra civil: una somalización con exterminio de la disidencia interna y una nueva ocupación militar norteamericana.
Apocalipsis aparte, la ruptura gradual del embargo iniciada por la autorización para vender fármacos y alimentos al contado y continuada con la reciente moción de levantamiento de la prohibición de viajar a Cuba, es sólo el vacilante inicio de un cambio trascendental llamado a desbocarse en los próximos meses. A saber, por un efecto de bola de nieve que al principio, como en los animados de Walt Disney, amargará enormemente a los partidarios del embargo, pero que no tardará en congelar la carcajada de triunfo del castrismo en una mueca de desesperación ante una multitudinaria invasión pacífica que hará baldío todo intento de esgrimir el pretexto de plaza sitiada o de aislar a las desinformadas masas de cubanos de a pie. Todo depende de cómo se manejen los norteamericanos. En todo caso, si el sector con mayor conciencia política en el Congreso logra desactivar las manipulaciones y cortapisas castristas, será como un multinacional retorno de las mariposas multiplicado ad infinitum, cuyos corrosivos efectos en el "universo concentracionario" de la Isla el mago de las palomas en el hombro y el balserito milagroso ya no podrá yugular como en 1980, ni siquiera apelando a sus mejores artes de birlibirloque.
El eventual éxito de una transición pacífica así preludiada tendría la ventaja adicional de liberarnos del culto a la violencia y el "bonchismo", del cual Castro, discípulo aventajado de Emilio Tro y Co., es el producto más acabado, pero no el único. El resto volvería a ser una cuestión de gobernabilidad criolla. Pero ya aquí no hay que, necesariamente, aventurar nada positivo, si acaso confiar en que los tiempos son otros. Y eso porque, por un lado, el castrismo ha sido un fracaso absoluto en ese aspecto y, por otro, ni los políticos de Miami ni la disidencia interna parecen haber comprendido cabalmente que la política es el arte de las alianzas y las concesiones mutuas, y que es necesario saber encontrarse a medio camino sobre la base de un programa mínimo (la reciente grosería contra Vladimiro Roca por cierta gerontocracia miamense y el innecesario rechazo al Proyecto Varela por una parte de la disidencia de la Isla reflejan más nuestra inveterada vocación de discordia que un supuesto ejercicio de la democracia). Además, una ciudadanía de la que el castrismo ha extirpado toda noción de civismo, reducida al puro instinto de supervivencia, cuando no encanallada y criminalizada, no es el mejor caldo de cultivo para la democracia. De modo que no cabe duda de que vamos a necesitar mucho tiempo y mucha ayuda externa para no sucumbir a los dictados de un nuevo "hombre fuerte", en cuyo caso sería preferible la bota de los marines. Y es que el triunfo de la comunidad cubana en Miami demuestra únicamente que somos capaces de vivir civilizadamente, de producir y medrar como el que más en un establishment creado por otros. Okey, eso ya es bastante meritorio, pero no basta para garantizar que podamos hacer otro tanto en suelo propio.
En cuanto a la anexión a la que aludía el despechado escritor mencionado en las primeras líneas de este artículo, hace más de un siglo que es un tema obsoleto. Por ese lado, hay que dormir tranquilos: la globalización, el Tratado de Libre Comercio, al que pronto pertenecerá Cuba, y sobre todo la presencia de una próspera comunidad de más de un millón de cubanos en suelo norteamericano, se encargarán de regular las nuevas relaciones entre ambos países. Para mayor seguridad, seguramente los norteamericanos nos quieren menos que en 1898, cuando se les quitaron pronto los deseos de echarse encima la olla de grillos cubana.
Por lo pronto, ha comenzado a cesar la política del big stick y ha comenzado la estrategia de las manzanas. Es posible que a estas horas, en algún solar de La Habana, entre las mismas paredes —ahora desconchadas— y el mismo techo —ahora apuntalado con vigas podridas—, un anciano nostálgico hunda un par de amarillentos colmillos en una roja manzana de California recordando que, cuando él era joven, se vendían a un medio (cinco centavos) en el Ten Cent de la esquina. "¡Ah, y acarameladas y sin cola!".
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