Lunes, 22 julio 2002 Año III. Edición 414 IMAGENES PORTADA
Opinión
La estrategia de las manzanas

Tras la ruptura gradual del embargo que avisan el Senado estadounidense y el Puerto de La Habana... una mirada a los múltiples escenarios de la transición en Cuba.
por JORGE A. POMAR, Colonia Parte 2 / 3

Aunque parezca contradecirse y cavar su propia tumba al impulsar una draconiana reforma constitucional que cierra de plano toda posibilidad de corresponder al cambio de la correlación de fuerzas a favor y en contra del embargo en Estados Unidos, el Máximo Líder acierta una vez más. Porque sabe por larga experiencia propia y ajena (ahí están los ejemplos de China, Vietnam o Arabia Saudita) que, en última instancia, la política exterior norteamericana responde a los intereses económicos nacionales y sólo por forma (por una cuestión más de imagen que de principios, amén de por la acción de un ya significativo grupo de presión humanitario) a imperativos como los derechos humanos o las libertades civiles fuera de sus fronteras. Más aún si se tiene en cuenta que, neutralizadas Rusia y China por ventajosas alianzas político-económicas y hasta militares, Cuba ya no constituye una amenaza seria para Estados Unidos, a la par que actúa como espantajo contra las tentaciones revolucionarias de las clases medias latinoamericanas.

Una verdad de Perogrullo que no acaba de entrar en las molleras de los políticos del exilio duro, que ya se aprestan como siempre a satisfacer a su clientela ultraconservadora nadando contra la corriente a través de su influyente lobby en el Congreso. Para ellos, engreídos por el apoyo de su clientela electoral y actuando en perfecta simetría con la intransigencia castrista, cualquier matización del asunto, cualquier cambio de táctica, equivale a una claudicación y una traición. Puede que, en efecto, Bush les cumpla la promesa dada. Pero un veto presidencial es un recurso de fuerza que alimenta la porfía en las filas de la oposición y, para colmo, es susceptible de afectar otros intereses más importantes del Gobierno republicano en un Congreso dominado por los demócratas. El desenlace es previsible.

La defensa de los intereses cubanos a través de la política interna norteamericana es un arma de doble filo que se aferra al esquema de la dependencia neocolonial y tarde o temprano, por una natural reacción de rechazo generacional, relanzaría también a la historia futura del país por la perniciosa senda de los mitos nacionalistas y antiimperialistas. ¿Cómo evitar que la influencia foránea, ahora reclamada con tanta vehemencia, degenere de nuevo en un indeseable derecho de injerencia o simplemente, repitiendo la historia republicana, a más tardar una segunda generación de cubanos interprete extemporáneamente como tal lo que no sería más que la consecuencia natural de un mundo globalizado?

El quid de la política proembargo del llamado exilio duro, basada en la fuerza electoral de la cada vez más polarizada mainstream de la emigración cubana en Miami (la reciente escisión de la FNCA revela los efectos del cambio generacional), es la idea de que una profundización de la crisis económica debe revertirse por fuerza en un descontento generalizado, desencadenando eventualmente una espontánea rebelión masiva que daría al traste con el castrismo. Pero esa tesis marcha a contrapelo de la experiencia cubana: lejos de propiciar una rebelión, la depauperación extrema en un país insular carente de sociedad civil y de clase media independiente desde hace más de 40 años, férreamente dominado por un régimen totalitario, refuerza ancestrales instintos de sumisión y supervivencia. El resto es un malestar que el castrismo regula a su antojo mediante, entre otras, la socorrida válvula de escape del éxodo a cuenta gota o en masa.

Por otra parte, habida cuenta del carácter masivo y totalitario del castrismo (no estamos en presencia del régimen autoritario de Machado o Batista con sus 40 ó 50 mil incondicionales, sino de varios millones de personas directamente comprometidas y de una población sin duda más o menos involucrada en su totalidad), un magnicidio o un improbable golpe de mano no conducirían en modo alguno a unas variantes de transición distintas a las que fatalmente se producirán a raíz de la probable muerte en la cama del dictador. Hace rato que los cubanos de dentro —en especial los más jóvenes— y ciertos sectores de la actual nomenclatura castrista se resignaron a ese probable desenlace. En eso coinciden con los jerarcas del Pentágono, que ya se están preparando para cuando llegue el momento apoyar a las Fuerzas Armadas del régimen con el fin, primero, de evitar una estampida masiva rumbo las costas de La Florida y, segundo, de garantizar el necesario orden inicial en medio del inevitable caos.

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