Lunes, 22 julio 2002 Año III. Edición 414 IMAGENES PORTADA
Opinión
Irrevocable... ¿y qué?

Una hipótesis sobre la transición en Cuba: Los que hoy aplauden desde la tribuna, mañana pueden ser los promotores del cambio.
por MIGUEL RIVERO, Lisboa Parte 2 / 2

Se refiere que Raúl Castro no tiene el carisma de su hermano, y esto se menciona como factor importante para que no pueda mantener la sucesión. Esto quizás signifique todo lo contrario. Más de cuatro décadas de carisma es tiempo más que suficiente para que la sociedad cubana deje espacio a un grupo de hombres pragmáticos, que promoverán cambios para garantizar su propia supervivencia.

Previo al período de transición, en ningún régimen totalitario las figuras que después han promovido los cambios han expresado públicamente sus verdaderas opiniones. Simplemente, habría sido un suicidio. El Rey Juan Carlos tuvo que esperar por la muerte del generalísimo Franco para designar a los políticos que se encargarían de desmontar el sistema. Cuando fue elegido secretario general del entonces Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), Mijail Gorbachov no presentó previamente su programa de glasnot y perestroika, políticas que aplicó después de que había asegurado las riendas del poder.

Cuando Fidel Castro ha "retozado" un poco con algunas ideas de cambio (por lo menos escuchando a interlocutores que se las proponían, como Adolfo Suárez, Carlos Andrés Pérez, Gabriel García Marquez, Eloy Gutiérrez Menoyo o Carlos Solchaga) han rodado las cabezas de aquellos que parecían más receptivos a esas opiniones (¿alguien se acuerda de Carlos Aldana o Roberto Robaina?).

Ahora mismo, en la cúpula de gobierno todos deben andar felices. Ahora el socialismo es "irrevocable". Algunos afirman, como Felipe Pérez Roque ante el parlamento cubano, que es eterno, infinito, que sobrevivirá a las muertes de Fidel y Raúl Castro. Desde hace mucho tiempo, los dirigentes que desean conservar sus cargos saben que deben apostar a expresar públicamente las opiniones más extremistas y ortodoxas, aunque otros sean sus pensamientos. Tampoco ellos son ajenos a la doble moral, o a la inmensa obra de teatro en la cual se ha convertido la Isla.

Pero si en Cuba se repite el "caso chino" y la primera desaparición física es la de Raúl Castro, y sólo después la del Comandante en Jefe, entonces asistiríamos a una desenfrenada carrera entre los aspirantes al trono. Tal vez tendrían que formar una "banda de los tres", o "de los cuatro". Para que verdaderamente este directorio pueda sobrevivir, tiene que incluir a un militar clave, como podría ser el caso del general Abelardo Colomé Ibarra, desde el Ministerio de Interior.

Aquí se puede barajar toda una serie de nombres de la actual constelación: desde Ricardo Alarcón hasta Hassan Pérez, sin olvidar a Carlos Lage o Felipe Pérez Roque. Cualquiera que sea la integración del directorio (banda de los cuatro o pentarquía) es poco probable que pueda mantener el sistema "irrevocable". Si logra consolidar las riendas del poder, lo más lógico es que también inicie los cambios "desde arriba", como en su época lo hicieron el Rey Juan Carlos o Gorbachov.

A veces es necesario echar mano al viejo refrán: "No hay mal que por bien no venga". La actual reforma de la Constitución, aprobada de forma teatral, después de tres días de estribillos oratorios, colocará al nuevo gobierno posfidelista ante la alternativa de convocar una Asamblea Constituyente y elaborar una nueva Carta Magna, como ya sucedió en España hace ahora 25 años.

Claro, los más pesimistas pueden argumentar que existe el peligro de que en Cuba se repitan las sustituciones monárquicas, como en Corea del Norte y Siria, sin que se abra un proceso de reforma del sistema. Pero no parece que pueda haber comparaciones válidas de la situación cubana con las de estos dos países. El propio entorno de la Isla, la crítica situación económica que Fidel Castro deja como herencia y la verdadera mentalidad de los sucesores cubanos (que ahora no puede manifestarse) apuntan hacia ese cambio gradual que desean los cubanos, quienes no quieren ver el país sumido en el caos, la violencia y la anarquía.

Para bien de Cuba, lo mejor sería que prime el sentido común en las dos orillas. Tanto en el seno del régimen de La Habana como en la diáspora.

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