Lunes, 22 julio 2002 Año III. Edición 414 IMAGENES PORTADA
Opinión
A la busca del equilibrio

Por los siglos de los siglos, el socialismo cubano será intocable, o irrevocable, o intangible... tan excepcional circunstancia amerita algunas reflexiones.
por JORGE LLANO, Uppsala Parte 2 / 3

Desde el punto de vista ideológico, el marxismo tiene elementos cuestionables, como cualquier teoría científica. Por ejemplo, identifica los conflictos entre clases económicas como el motor del desarrollo social y designa a la clase obrera agente y sujeto de la historia, represente de los intereses de la humanidad entera. Sobre estas bases, el marxismo considera como decisiva sólo una de las fuerzas motrices del desarrollo social en los tiempos modernos: la contradicción entre el capitalismo y la clase obrera. Esta visión es unidimensional y no toma en serio otras formas decisivas de política ajenas a la lucha de clases. El marxismo brinda así una perspectiva incompleta y parcializada de la modernidad: relega a papeles secundarios a otras fuerzas protagonistas del desarrollo social, que han sido, por ejemplo, los ecologistas —contra el industrialismo—, los movimientos pacifistas —contra el militarismo— y los movimientos de derechos humanos y civiles. Los conflictos de los movimientos de derechos humanos y civiles con el poder administrativo protagonizaron nada menos que el colapso del socialismo real en Europa del Este, un hito de finales de la modernidad de la misma relevancia que el protagonizado por la clase obrera en la Revolución de Octubre de 1917.

El marxismo es, además, una teoría social determinista. Conocido pasado y presente, Marx predice asombrosamente el futuro con tanta exactitud como la mismísima mecánica clásica predice el movimiento planetario: el fin del desarrollo humano es el comunismo —sin más alternativas—, y el medio, la lucha de clases. La propia historia de las dos últimas décadas del siglo XX demuestra que grandes acontecimientos como la caída del comunismo en Europa del Este y la URSS, el fin de la guerra fría y el fenómeno de paso del capitalismo imperialista "de su fase superior y última" al capitalismo globalizado, han sido hechos completamente impredecibles. Claro está que Marx pertenece a la época de la máquina de vapor y que la momia de Lenin no contaba con las bendiciones del chip y de Internet para finales del siglo XX. Las teorías sociales han servido para racionalizar la realidad del pasado y del presente pero no han demostrado, hasta el momento, tener un carácter profético irrevocable a mediano o largo alcance. Así, un dogma de fe es lo único que podría explicar que el comunismo es el fin de la historia de la humanidad.

La palabra socialismo se identifica comunmente con el régimen caracterizado por un Estado totalitario y de partido único, como cristalización de la dictadura de algún Proletario en Jefe. Este sistema político se conoce entre sus detractores como estalinismo o "socialismo real". Sin embargo, tal definición contrasta con la visión occidental, que considera el socialismo como un orden de justicia social, igualdad y democracia. La palabra socialismo, de manera general, se refiere tanto a un conjunto de doctrinas como a los movimientos políticos que aspiran a ponerlas en práctica.

Aunque todos los que se dicen llamar socialistas coinciden en el fin —un orden social justo y emancipador—, difieren básicamente en los medios para lograrlo y en el sistema político de gobierno. Entre las dos guerras mundiales, el movimiento socialista europeo se dividó en grupos con objetivos bien definidos. Los comunistas creen en la revolución como medio para alcanzar el poder a fin de imponer el socialismo estalinista. El resto de los socialistas, por el contrario, manifiestan generalmente su desacuerdo con las características dictatoriales del socialismo estalinista. Los socialistas se inclinan por una transformación gradual del capitalismo a través de la participación democrática en el "gobierno burgués", en vez de por un cambio violento. Los socialdemócratas, en particular, creen en la libertad individual y en los derechos individuales, como los liberales, pero a la vez son partidarios del papel regulador del Estado. Algunos socialdemócratas no están interesados en eliminar las desigualdades socioeconómicas, sino sólo en mitigar los efectos de la economía de mercado a través de regulaciones que protegen a las personas de las peores consecuencias.

Por vez primera en la historia, los socialistas (socialdemócratas) llegaron al poder mediante elecciones en Suecia en 1932, luego de firmar, en 1930, un convenio entre las organizaciones patronales y obreras a fin de resolver los conflictos mediante negociaciones. Los socialdemócratas suecos rompieron con las políticas financieras y presupuestarias ortodoxas para que el Estado tuviera una intervención a gran escala en la planificación de los asuntos económicos. Se crearon fuentes de trabajo público con capital ocioso, que redujo el desempleo —eliminado en 1938— y estimuló un crecimiento sostenido de la economía. La experiencia sueca sirvió de modelo a las políticas económicas seguidas por casi todos los países occidentales después de la Segunda Guerra Mundial y enseña cómo los conflictos de clase pueden resolverse positivamente para el bien de toda la sociedad mediante la negociación.

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