Lunes, 22 julio 2002 Año III. Edición 414 IMAGENES PORTADA
Opinión
El agente del cambio

¿Quién representa al exilio y quién a la disidencia interna? ¿Es hora ya de que en ambas orillas la mayoría elija a sus representantes?
por JORGE SALCEDO, Massachusetts Parte 3 / 3

La reacción nacional al 1ro. de enero de 1959 es una prueba convincente de que, después de medio siglo, la República no había creado sus ciudadanos. Ni podía hacerlo. El Estado es una función de la sociedad, no viceversa. Ido Batista, y puestos a gobernarse, a los cubanos no se les ocurre otra cosa que localizar al líder que ha acumulado más méritos en la derrota del tirano. Es Fidel Castro, no hay dudas. A él corresponde el mando. Al igual que en 1902 —aunque salvando muchas diferencias— nuestros líderes adoptan el modelo de gobierno más prestigioso del momento. Sé que se me disputará esta afirmación, pero si echamos un vistazo a los círculos intelectuales y políticos de Occidente a la altura de 1960 no es difícil conceder que el socialismo tenía en ellos un prestigio creciente. En torno al marxismo, en sus distintas interpretaciones, se centraba el debate filosófico y político de la época. No es que los pueblos de Europa y Norteamérica fueran socialistas, que no lo eran, pero entre sus elites —artistas, escritores, filósofos, académicos, periodistas, diplomáticos— el socialismo gozaba de singular ascendencia.

Y los Estados socialistas reclaman para sí una nueva legitimidad, no ya basaba en la igualdad de derechos ciudadanos y la voluntad de la mayoría obtenida en un escenario de libertades y garantías individuales, sino en una teoría "científica" de la historia. Al adoptar el socialismo, Cuba se sitúa en el centro del debate moderno y pone en entredicho la legitimidad política del resto de los países del hemisferio.

"Ninguno de nuestros dictadores —escribe Octavio Paz en Tiempo nublado (1983)—, ni los más osados, han negado la legitimidad histórica de la democracia. El primer régimen que se ha atrevido a proclamar una legitimidad distinta ha sido el de Castro. El fundamento de su poder no es la voluntad de la mayoría expresada en el voto libre y secreto sino una concepción que, a pesar de sus pretensiones científicas, tiene cierta analogía con el Mandato del Cielo de la antigua China. Esta concepción, hecha de retazos del marxismo (del verdadero y de los apócrifos), es el credo oficial de la Unión Soviética y de las otras dictaduras burocráticas. Repetiré la archisabida fórmula: el movimiento general y ascendente de la historia encarna en una clase, el proletariado, que lo entrega a un partido que lo delega a un comité que lo confía a un jefe. Castro gobierna en nombre de la historia. Como la voluntad divina, la historia es una instancia superior inmune a las erráticas y contradictorias opiniones de las masas".

Por eso la "Constitución" socialista establece en su Artículo 5to. que "el Partido Comunista de Cuba, martiano y marxista-leninista, vanguardia organizada de la nación cubana, es la fuerza dirigente superior de la sociedad y del Estado..." Pero, ¿quién le ha dado al PCC este papel de "vanguardia organizada de la nación" o de "fuerza dirigente superior de la sociedad y del Estado"? La propia ideología del Partido. Según ella, a los comunistas, como a los monarcas de antaño, les asiste el derecho legítimo de gobernar a otros hombres. No por mandato divino ni natural, sino histórico. Vuelta al absolutismo y a la premodernidad. Con Fidel Castro y su "Constitución" Cuba retrocede dos siglos para proclamar los privilegios de clase y la desigualdad de derechos ciudadanos.

Es necesario que nuestros disidentes y exiliados continúen pronunciándose por el respeto a los derechos humanos, el pluripartidismo y otras aspiraciones legítimas, pero estos pronunciamientos corren el riesgo de convertirse en un "manual de espumas" de ideología liberal si no se les vincula a su razón de ser: la igualdad de derechos ciudadanos. La democracia representativa, la soberanía popular, son sólo la expresión de esta igualdad en la organización del Estado.

El PCC quizás represente a los ciudadanos de la Isla que comparten su ideología. Pero al resto de los cubanos, ¿quién los representa? ¿No será la demanda de igualdad de derechos un mínimo común denominador para la organización democrática de estos contribuyentes sin representación? Si así fuera, disidentes y exiliados podrían tomarle la iniciativa a los gobiernos extranjeros, a la prensa internacional y hasta al propio Fidel Castro en la elección de sus representantes. Ese ejercicio democrático, limitado al radio de la oposición, pero abierto a la sociedad, es una asignatura pendiente para los opositores. Implica, ciertamente, algunos cambios en nuestras expectativas y reflejos políticos. Habría que sustituir a nuestros "líderes" por meros representantes. Dejar de esperar que el cambio traiga la democracia. Hacer de la democracia el agente del cambio.

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