Lunes, 22 julio 2002 Año III. Edición 414 IMAGENES PORTADA
Opinión
Razones del sí

Garantizando que sus ciudadanos no puedan optar por el NO, y apenas consigan librarse del SÍ, el régimen demuestra una vez más su talante 'democrático'.
por LUIS MANUEL GARCíA, Sevilla Parte 2 / 2

Garantizando metodológicamente que los cubanos no puedan optar por el NO, sino simplemente abstenerse de firmar el SÍ, el Gobierno ha "demostrado" esta vez su talante democrático, al "permitir" que firmen los cubanos que están en trámites de salida del país, e incluso los residentes fuera de Cuba, que en las embajadas correspondientes deseen dejar constancia de que el régimen actual debe convertirse en la única opción perpetua para los cubanos (que residen en la Isla, por supuesto). No obstante, las propias autoridades aclaran que "estos casos serán contabilizados o no, según determine la Asamblea Nacional del Poder Popular". Una vez hayan estampado su firma, los cubanos en el exterior o los aspirantes a serlo regresarán a su condición de no-ciudadanos.

¿Responderá masivamente la población cubana sancionando con su firma el SÍ? No hay dudas. ¿Está de acuerdo entonces masivamente con el régimen imperante? Ya esa es una pregunta de incierta respuesta, y que sólo esclarecería un verdadero referendo, donde privadamente y sin coacciones, contando con información objetiva de las diferentes opciones por las que se podría decantar el futuro de la Isla, el ciudadano decidiera. Algo que no ha pasado ni lejanamente por las intenciones del señor Fidel Castro.

No hay dudas de que una parte de la población está de acuerdo con el régimen y firmará convencida su entronización eterna. Por convicción o conveniencia, por hábito, por miedo a un capitalismo implacable y feroz que le anuncia cada día la prensa. Las razones pueden ser diversas.

Otra parte, posiblemente mayoritaria, no está de acuerdo con las reglas del juego, pero su supervivencia depende de adaptarse a ellas. Quien desee ingresar en una universidad, escalar en la jerarquía profesional o política, o simplemente conservar una plaza profesional o económicamente apetecible, concedida por el Empleador en Jefe, deberá ratificar con su firma la inamovilidad del statu quo, y de paso su futuro personal. A ello se suma quien no desee afectar a sus hijos o familiares cercanos con indeseables "efectos colaterales". Y también los que sobreviven al margen de o violando sistemáticamente la (i)legalidad imperante. Basta una rápida mirada a la libreta de (des)abastecimiento para percatarse de que, en caso de respetar estrictamente la ley, el 80% de los cubanos habría muerto por inanición. Continuar vivo en Cuba es un acto delictivo. Tolerado, porque el poder requiere quórum, y porque cada culpable de supervivencia mediante hurto, contrabando, trapicheo, etc., permanece en libertad vigilada. Una tolerancia que cesaría en caso de que este ciudadano (de ingratos está lleno el mundo) levantara su voz contra el magnánimo poder que le permite medrar mientras se porte ideológicamente bien.

Una parte ínfima, por fin, no sólo no estará dispuesta a ratificar la farsa de referendo, sino que no tendrá nada que perder (o estará dispuesto a perderlo, en los casos más heroicos), y compondrá el mínimo abstencionismo esperado.

Desde que cesara el subsidio soviético, las autoridades cubanas han demostrado que están dispuestas a cualquier sacrificio de sus súbditos, pero no a ceder ni un ápice del poder absoluto. Podrá haber recortes de electricidad o alimentos, de ropa o medicamentos, pero nunca se ahorrarán millones de dólares ni millones de horas de trabajo si ello es recomendable para la conservación del poder. Y en este caso, la osadía de 11.000 ciudadanos debe ser aplastada en previsión de que cunda el mal ejemplo. No importa a qué precio ni las coacciones que se ejerzan. La unanimidad en sí no importa. Lo que realmente importa es la apariencia de unanimidad, y sobre todo crear en el ciudadano individual la noción de que nada de lo que haga como persona, nada de lo que opine o piense, cambiará el statu quo. El poder está dispuesto a emplear todos sus recursos, así sean desproporcionados, para aplastar la más mínima disonancia. No se trata de convencer al ciudadano de la bondad de la causa, sino de sembrar en su conciencia la certeza de que toda disidencia es inútil y está condenada al fracaso. No se trata de matar al enemigo, sino de inocularle una sustancia ideológica neuroparalizante, convencerlo de que sólo hay tres alternativas: la aceptación, el silencio o el exilio.

Una vez más vale la pena releer 1984, de George Orwell, y en especial aquel pasaje en que O'Brien explicaba a Winston: "el Partido quiere tener el poder por amor al poder mismo. No nos interesa el bienestar de los demás; sólo nos interesa el poder (...) Sabemos que nadie se apodera del mando con la intención de dejarlo. El poder no es un medio, sino un fin en sí mismo. No se establece una dictadura para salvaguardar una revolución, se hace la revolución para establecer una dictadura".

Salto a cont. Volver: Inicio »
1   Inicio
2   Garantizando...

Imprimir Imprimir Enviar Enviar

En esta sección

La estrategia de las manzanas
JORGE A. POMAR, Colonia
Embargo y derechos humanos: de un pájaro sus dos alas
EZEQUIEL PéREZ MARTíN, Miami
Irrevocable... ¿y qué?
MIGUEL RIVERO, Lisboa
La prisión de la unanimidad
LEONARDO CALVO CáRDENAS, La Habana
¿De Groucho o de Karl?
EMILIO ICHIKAWA MORIN, Nueva York
Blanca Nieves y la estúpida eternidad
ANTONIO SáNCHEZ GARCíA, Caracas
A la busca del equilibrio
JORGE LLANO, Uppsala
NOTICIERO
SOCIEDAD
ECONOMÍA
CULTURA
INTERNACIONAL
DEPORTE
MÚSICA
OPINIÓN
DESDE...
ENLACES
Chat
ENTREVISTA
Cartas
BUSCADOR
Galeria
Hoja
EDICIONES
» Actual
« Anterior
» Siguiente
Seleccionar
D:  
M:  
A:  
   
Niño
 
 
PORTADA ACTUAL NOSOTROS CONTACTO DERECHOS SUBIR
 
© 1996-2003 Asoc. Encuentro de la Cultura Cubana.