Lunes, 22 julio 2002 Año III. Edición 414 IMAGENES PORTADA
Opinión
Pilatos y el guiñol de las muchedumbres

¿Puede confiarse a estas alturas en presuntas manifestaciones espontáneas que son más representación teatral que alistamiento ideológico?
por MICHEL SUáREZ, Valencia Parte 2 / 2

La ciencia histórica, en su andar cíclico, aporta pruebas que confirman estas actuaciones, y las sucesivas. No es absurdo plantear que las movilizaciones de la Cuba fidelista pudieran ser a favor de una parte o la otra en dependencia de quién controle la "situación sugestiva" propuesta por Hitler. No son, ni mucho menos, un plebiscito. No pueden serlo. Actos tan rigurosamente orquestados, donde se programan lemas, los carteles indican un discurso unitario y el sustento político es el del espectáculo, no son válidos para intentar demostrar la eficacia de un sistema. Una mañana de febrero —en plena "batalla por el regreso del niño Elián González"— víspera de esa concentración prefabricada conocida como el Juramento de Baraguá, durante el ensayo del show, un dirigente sugería a otro que la expresión ¡Juramos! —que debía decir la multitud— se repitiese tres veces. La respuesta fue devastadora: "Hay que consultárselo al Comandante en Jefe". Tan sólo un botón de muestra, pues se sabe que Fidel Castro aprueba las cifras de participantes, las sedes, los slogans, los colores y hasta los titulares de los periódicos. Según AFP, hace unos días, en Santiago de Cuba, el gobernante se presentó varias veces en la Plaza Antonio Maceo, sede del acto de turno, para interesarse por las personas ya concentradas desde la medianoche. ¿Acaso puede confiarse a estas alturas en presuntas manifestaciones espontáneas, que son más representación teatral que alistamiento ideológico?

El controvertido sociólogo y etnólogo francés Gustave Le Bon (1841-1931), un estudioso de la psicología de masas, no fue remiso en confesar en sus investigaciones que las muchedumbres no razonan, sino admiten o rechazan las ideas en bloque, y que sugestionadas convenientemente son capaces de sacrificarse por el ideal que les fue sugerido.

Le Bon nos aclara muchas interrogantes. Así como desde la literatura el inglés George Orwell retrató anticipadamente a la sociedad totalitaria cubana con sus antológicas obras Rebelión en la granja y 1984, Le Bon, desde finales del siglo XIX y tempranamente en el XX, ya estaba afirmando sus tesis. Según él, la muchedumbre —actuando masivamente— posee un alma colectiva que motiva pensamientos, sentimientos y acciones, distintos a los que serían capaces de concretar aisladamente los individuos que la integran. Es el retrato exacto de la isla mayor del Caribe, de colectividad forzosa, donde más que hombres hay entidades, responsables éstas de que el pensamiento y la acción individual queden reducidos a cero. El alumno más aventajado de Hitler y leal devoto del totalitarismo universal, Fidel Castro, no ha dudado en sazonar una especie de ajiaco para hacer efectivas, en la praxis, las teorías más reaccionarias sobre manipulación de las masas.

Hay manifestaciones más espontáneas y legítimas que otras, como las que derriban a un gobierno sin apoyo mediático. La vivida por los cubanos en 1933, con la caída de Gerardo Machado, y luego la del primero de enero de 1959, sin duda, estuvieron marcadas por el espíritu individual de la mayoría. Lástima que bajo la ceguera del triunfo revolucionario el perfil crítico de las masas quedara anulado y se aprobasen unánimemente los fusilamientos, las confiscaciones y el encarcelamiento de la sociedad toda. No es lo mismo Tianamen en China, las sublevaciones checas y polacas contra el imperialismo soviético y la marcha millonaria en Italia contra Silvio Berlusconi, que los teatrales mítines y tribunas cubanos, concebidos por el régimen para transmitir cínicamente la fatal epidemia del contagio.

La opción que brinda menores riesgos de manipulación —y los tiene— es la democracia de las urnas, no la de los actos. Pero Cuba sólo conoce, desde hace 43 años, la autocracia del partido único y el guiñol de la propaganda. Castro remontó a Hitler, puso a temblar la literatura de Orwell y daría clases a Le Bon. La Isla es una "gran marcha patriótica" que transmite CNN las 24 horas del día, y unos robots de todas las edades contestan ante los micrófonos "¡Patria o Muerte! ¡Venceremos!" aunque les estén preguntando de qué color es el cielo. Si un Fidel Pilatos indagara quién debe ser crucificado, volverían a afirmar que Jesús.

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