Viernes, 19 julio 2002 Año III. Edición 413 IMAGENES PORTADA
Opinión
Embargo y derechos humanos: de un pájaro sus dos alas

El autor adelanta la tesis de que el cese del llamado 'bloqueo' apuntalaría todavía más al régimen de La Habana.
por EZEQUIEL PéREZ MARTíN, Miami Parte 2 / 2

El legendario gobernante caribeño (más de cuatro décadas en el poder o, lo que es igual, entre 8 y 10 reelecciones si se tratara de un país con otro régimen político) vocifera cada vez que puede contra ese embargo, que ha existido desde febrero de 1962. Durante los primeros 30 años sus efectos apenas se hicieron sentir a causa de la abrumadora y constante ayuda de la Unión Soviética y el resto de los países del este europeo. Pero llegó el fin del campo socialista, y al régimen no le quedó otra alternativa que mostrar su economía arruinada. A partir de entonces el "bloqueo" dolió, y se le declaró la guerra.

El propio Gobierno había reconocido públicamente la existencia de "algunos errores" en su estrategia económica. En 1986, Fidel Castro echó a andar su campaña de "rectificación de errores y tendencias negativas", obligado por la ineficacia del proyecto económico. Por aquellos días, durante la clausura de una de las sesiones del Parlamento cubano, dejó boquiabiertos a sus integrantes al asegurar: "Ahora sí vamos a construir el socialismo". Los aires de la perestroika de Mijail Gorvachov se veían venir, la caída del Muro de Berlín estaba a la vuelta de la esquina y un negro vaticinio se perfilaba en el horizonte: Cuba quedaría sin soporte y había que empezar a atacar el "bloqueo", que entonces sí se haría sentir.

No pocos aducen que a ninguno de los nueve presidentes norteamericanos coexistentes con el embargo se les ha ocurrido pensar que la erradicación de la medida sería la peor alternativa para el Gobierno de La Habana, y que, al levantarlo, se lograría erradicar la inexistencia de libertad de expresión, de reunión y de prensa, del derecho a entrar y salir del país, de partidos políticos, sindicatos independientes y un largo y doloroso etcétera que se ha extendido durante demasiado tiempo en la patria de José Martí. Esta podría ser la atrayente cara de una misma moneda. Pero la otra muestra una realidad irrebatible:

Levantar el embargo sólo serviría para perpetuar la política de mano dura del Gobierno cubano, sencillamente porque aseguraría la permanencia del aparato de poder y de los grupos que apoyan el castrismo. La posible recuperación económica del régimen sólo beneficiaría a la cúpula gubernamental, en detrimento de la población. Pero hay más: ayudar a Fidel Castro ahora equivale a ser cómplice indirecto en el apoyo a las facciones antinorteamericanas que pululan a escala internacional y con las cuales La Habana mantiene vínculos estrechos.

Ciertamente, el embargo parece injusto, pero en política lo verdadero es lo que no se ve. Hasta que La Habana respete los derechos humanos el embargo debe mantenerse. Invertir la fórmula sería un error garrafal.

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