El candente verano de 2002 |
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Balseros: ¿Proa al norte o rumbo a occidente? ¿Se convertirá Cancún en una sucursal de Miami? |
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por GILBERTO CALDERóN ROMO, México D. F. |
Parte 2 / 2 |
La posibilidad de un flujo tumultuoso de balsas, semejante al de 1980, es una pesadilla que desearía evitar el Gobierno estadounidense. Es posible que los estrategas de Washington tengan diseñado un paquete de medidas para conjurar ese terrorífico escenario. Castro sabe que el tema le quita el sueño a los norteamericanos. Tan es así que este recurso extremo fue esbozado por él en su mensaje a la Asamblea del 26 de junio, cuando señaló la posibilidad de dar por terminado el acuerdo migratorio de 1994, con cuya firma se puso fin a la crisis de los balseros de ese año. El acuerdo —el único que tienen ambos gobiernos— prevé que Washington conceda 20.000 visas anuales a Cuba y repatríe a los ilegales interceptados en alta mar. La Habana, por su parte, se comprometió a evitar por métodos persuasivos las salidas ilícitas y reinsertar socialmente a los ilegales devueltos.
Con su amenaza, Castro está dejando asomar una carta audaz en la puja que sostiene con el "Señor W", quien considera al régimen cubano terrorista o auspiciador de terroristas.
Fidel Castro es un político acorralado por la miseria interna y el aislamiento externo. Se siente amenazado por el discurso beligerante de George W. Bush y por la exigencia internacional de que respete los derechos humanos. En un acto desesperado, dio a conocer las grabaciones de sus pláticas privadas con Vicente Fox, en las que se le pedía moderación ante George W. Bush en Monterrey; en una situación parecida de acoso, puede abrir sus puertos para darle salida a los descontentos. Y las costas de México, se ha demostrado durante estas semanas, son también un destino al alcance de los remos antillanos.
Antecedentes recientes no ayudan mucho a esclarecer los escenarios posibles. En septiembre de 1998, el Gobierno de Zedillo devolvió a 10 balseros desembarcados en Tampico por un buque europeo, con la condición de que el régimen socialista permitiera la salida de los que calificaran para obtener la residencia en México. El Ministerio del Interior le dio largas al asunto pero, finalmente, autorizó la salida de un par de ellos. Esta receta está en suspenso, no se volvió a aplicar en el caso de los balseros de este verano.
En la tesitura actual, no existe garantía alguna de que Cuba vaya a reconocer y a reaceptar a los prófugos que lleguen a territorio nacional. A los académicos y artistas isleños que hoy viven en la Península de Yucatán, pronto podría sumarse una franja de desempleados y cubanos considerados por el régimen como "antisociales", que contaminarían la política local con reivindicaciones internacionales. Las violaciones a los derechos humanos y la xenofobia no están del todo ausentes en una perspectiva de este tipo.
Al régimen de Fidel Castro le basta la omisión a fin de complicarle la vida a los mexicanos. Con que haga saber que retira la custodia de la sede mexicana en La Habana o que los rumbos de balseros hacia el sur y el occidente de la Isla van a permanecer sin vigilancia, puede abrir una ruta sin el resguardo de los guardacostas norteamericanos.
Es fácil suponer que no habrá filántropos para adoptar a todos los balseros que lleguen y que una colonia de ilegales podría establecerse en el sureste mexicano. Al principio el problema sería estrictamente migratorio, pero en un salto de cantidad a calidad, invitaría a reproducir el rejuego ideológico del Caribe en la Península de Yucatán. Si esto ocurre, ciudades como Cancún y Mérida podrían ver surgir en su entorno un ambiente político de belicosidad contra Fidel Castro. Si ya los españoles tienen acciones en radiodifusoras nacionales, los cubanos rápidamente podrían acceder a los periódicos y a las emisoras para emitir sus inquietudes.
A los cancilleres Jorge Castañeda y Felipe Pérez Roque debiera apurarles llegar a un entendimiento.
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