Lunes, 15 julio 2002 Año III. Edición 409 IMAGENES PORTADA
Opinión
El destino de la Constitución

Intocable e irrevocable, la actual Constitución se encamina hacia un único fututo posible, el de borrón y cuenta nueva.
por BYRON MIGUEL, Miami  
Firmas
Dirigentes Ross, Alarcón, recogida de firmas en La Habana

La modificación que Fidel Castro ha propuesto para hacer "intocable" su Constitución es más de lo mismo, aunque ahora aparezca aumentada y corregida con un receso laboral de setenta y dos horas y un maratón de alabanzas al sistema mientras duró la reunión de la Asamblea Nacional del Poder Popular.

En los últimos cuarenta años el régimen cubano ha estado movilizando al pueblo, no para lograr la prosperidad de los cubanos, sino para asegurar su propia supervivencia en el poder.

Bastó que el ex presidente Carter diera a conocer públicamente el Proyecto Varela, para que el Comandante en Jefe encontrara motivos para una nueva movilización y otra tanda de mesas redondas televisivas. Con el caso de Elián agotado y el asunto de los espías sin perspectivas de éxito, las declaraciones que posteriormente hizo el presidente Bush le vinieron como anillo al dedo para sus propósitos de siempre: enfrentar a un enemigo externo e ignorar la oposición interna.

La maniobra del régimen no ha causado mucha sorpresa, era de esperar algo semejante. Algunos disidentes que no apoyaron el Proyecto Varela ya lo habían previsto; se sentían preocupados por el control absoluto de los medios de comunicación y la probada capacidad de manipulación del régimen, además podía resultar engañoso pensar que el pueblo se manifestara en público como se manifiesta en privado. Por otra parte no hacía falta la cacareada enmienda pues el proyecto, con todo su valor contestatario, tiene una cuestionable viabilidad jurídica, y Ricardo Alarcón ya había adelantado ese argumento en declaraciones a la prensa extranjera. Pero Castro tenía que convertir el revés que significaba la libertad de expresión concedida a Jimmy Carter, en una victoria para el totalitarismo.

Las consecuencias que trae todo esto a corto y mediano plazo son importantes. La transición, que la mayoría de los disidentes prefería hacerla pacífica y ordenadamente dentro del marco de la constitución vigente, se halla ahora privada de ese mecanismo y aparece la incertidumbre acerca de las normas y estatutos especiales que habrá de dictar la entidad que detente la soberanía en el momento en que los cambios se hagan apremiantes. Aquellos que han apostado por el desarrollo de la sociedad civil como paso previo a la transición se van a ver más limitados aún en la búsqueda de espacios donde hacer su trabajo. ¿Y qué decir de los aperturistas dentro del gobierno, más numerosos y activos de lo que comúnmente se cree, que confiaban en el apacible camino de las reformas? Ahora tienen por delante muchas decisiones difíciles que tomar y arduos problemas para resolver.

El régimen ha pretendido, con este gran espectáculo, detener la historia y fosilizar a un pueblo. Sería para reírse si no fuera tan triste ver el humillante desfile de los delegados repitiendo su adhesión incondicional a tan absurdo planteamiento. Al final se logrará que la Constitución de la República se haga inmutable e intocable, así su destino queda perfectamente asegurado, pues pasará íntegramente, con todos sus puntos y comas, al basurero de la revolución.


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