Lunes, 15 julio 2002 Año III. Edición 409 IMAGENES PORTADA
Opinión
La perfecta alternativa

¿Puede aspirar Cuba a una transición similar a la española, ajena a revanchismos, traumas y caos económicos?
por MICHEL SUáREZ, Valencia Parte 1 / 2
J. Almeida y R. Castro durante una de las habituales
manifestaciones organizadas por el Gobierno

Hace 25 años España celebraba elecciones generales, dejando atrás cuatro oscuras décadas de represión franquista. Nacía la anhelada democracia, y con ella despegaba una nación fuertemente castigada por la miseria y el totalitarismo. Pero, ¿qué factores incidieron en que la transición democrática española fuese casi perfecta? ¿Podría aspirar Cuba a una transformación política similar, ajena a revanchismos, traumas y caos económicos?

Ya en 1969, "su Excelencia el General" había nombrado sucesor a Juan Carlos de Borbón, hijo de Juan III y futuro rey de España. Diez años antes, la situación económica había comenzado a mostrar síntomas de ligera mejoría e, incluso, los sesenta confirmaron cierto crecimiento económico "gracias" a los cambios autorizados por Franco. España se abría al mundo, miles de sus ciudadanos salían a otras regiones a trabajar y cifras no despreciables de turistas arribaban a tierras ibéricas.

Sin embargo, las tímidas posiciones aperturistas del ámbito económico no significaron en modo alguno el inicio de la transición, aunque ya las condiciones sociales estuvieran dadas. Con la muerte de Franco y el ascenso al trono de Juan Carlos I, el 22 de noviembre de 1975, España se encaminaba a inscribir su nombre en el concierto de países democráticos del mundo, además de dar una lección de capacidad estratégica para relanzar la nación sin la perturbación de males colaterales. La desaparición de la escena política del extremista Carrero Blanco —asesinado por ETA en 1973 y considerado la "eminencia gris" del régimen—, abrió otra puerta al proceso de reconciliación que luego vendría. De acuerdo con el historiador Javier Tusset, muchos de los allegados a Franco habían advertido a éste sobre posibilidades de cambio durante el reinado de Juan Carlos. El General, confiado en su sólido legado, siempre desechó una probabilidad de este tipo, sentenciando que "había cosas que nunca podrían cambiar". La historia le pasó por encima.

Lo mismo ha dicho Fidel Castro —sobre todo en los últimos días— sobre cualquier resquicio de alternativa al socialismo cubano: típico sofisma discursivo de los autócratas, siempre atribulados por el afán de pervivencia y muy ocupados en consagrarse como "padres fundadores". Pero en el caso criollo, a diferencia del español, el sucesor "natural" y/o nepótico —nombrado veladamente, pues no se desea hablar sobre temas fúnebres—, tiene demasiados lazos comunes con el Responsable en Jefe de los males de Cuba. Juntos encarcelaron la Isla, ordenaron los linchamientos, se encargaron de "alejar" a Camilo Cienfuegos, Ernesto Che Guevara, Arnaldo Ochoa, José Abrahantes y tantos otros. Juntos han maquinado el engendro político que hoy mantiene al país en la desesperación. Uno ha dado las órdenes; el otro las ha ejecutado fielmente con voz de mando encontrada durante su "entrenamiento" en la extinta URSS.

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