Lunes, 15 julio 2002 Año III. Edición 409 IMAGENES PORTADA
Opinión
Choteo o viceversa

En torno a la indignación de Pérez, los cubanos, el humor y la tolerancia.
por ENRISCO, New Jersey Parte 3 / 3

¿De qué se ríe el cubano en público? Se puede decir que de todo menos de lo que realmente le importa. La risa privada cubana es otra cosa: por lo general desconoce los límites que sufre la pública y los aprovecha largamente. Tomemos como ejemplo no ya a un respetable grupo de rap, sino al paradigma de lo sagrado cubano: Martí. Públicamente es un intocable, casi nadie se atreve a hablar de él si no es en tono de suprema unción. En cambio, desde siempre han circulado clandestinamente múltiples bromas y parodias sobre la vida y la obra del Apóstol. Es cierto que las diferencias entre la risa pública y la privada son universales, pero en el caso cubano se acentúan como síntoma de males sociales y éticos mucho más profundos. Es ilusorio pretender que el hecho de que en nuestro primer siglo de vida independiente los años de dictadura superen con mucho los de vida democrática no haya dejado sus secuelas en nuestro carácter.

Una de las tantas secuelas es justamente la falta de libertad para ejercer el humor. Aunque esa falta de libertad no es ajena al modo en que el poder político se ha comportado en nuestro país, ha calado en la sociedad cubana hasta ser parte de ella. De ahí que no sean nada extrañas reacciones como las de nuestro indignado Pérez. El que intente cultivar el humor encontrará límites bien estrechos, y a ellos deberá ceñirse. Se puede bromear con todo menos con lo que se supone respetable, que es casi todo so pena de aparecer a los ojos de muchos como una especie de traidor a la patria. La que creo es la clave de mi argumentación la he encontrado en una frase del cubano Enrique José Varona, quien decía que "el humorismo del pueblo inglés es una de las manifestaciones de la conciencia de su fuerza". La carencia relativa del humorismo público en Cuba, en contraste con la risueña idiosincrasia del cubano apunta, siguiendo el razonamiento de Varona, a la conciencia de nuestra precariedad nacional. Cualquier sátira hacia algo supuesta o realmente respetable se considera como un daño irreparable contra el patrimonio nacional, y enseguida se alzan voces que reclaman algún tipo de castigo para el atrevido. Los argumentos pueden resultar más o menos sutiles pero la esencia es invariable.

En Estados Unidos, país donde vivo, esta discusión carecería del más mínimo sentido (de hecho, encajaría perfectamente en el convento medieval de El nombre de la rosa, la novela de Umberto Eco, lo que hace pensar en el leve retraso que tenemos los cubanos en ciertos temas). Todos los días en Estados Unidos aparecen las burlas más implacables contra todo tipo de personajes o instituciones sin que, incluso, los directamente aludidos sientan que su honra o dignidad sufran el más mínimo menoscabo. Si acaso, ello sirve para recordarles que cualquier declaración tonta o mal intencionada está expuesta al ridículo. Se confirmaría en este caso el aserto de Varona de que el humorismo norteamericano pone de manifiesto la conciencia de su fuerza nacional. Pero lo cierto es que en pleno siglo XIX, cuando el país no soñaba ni remotamente con ser lo poderoso que es hoy, Mark Twain se permitía (y le permitían) lanzar sátiras sobre personajes tan respetables de la política o la cultura norteamericanas como George Washington, Benjamín Franklin o el escritor James Fenimore Cooper, al lado de las cuales mi humilde artículo sobre Orishas parecería adulador. Lo que trato de decir aquí es que la tolerancia social hacia el humor es una prueba de madurez y prepara el camino hacia otras confianzas.

Por otro lado, el reclamo de Pérez de que mi artículo no le provocó la más leve sonrisa es perfectamente legítimo, puesto que apareció en la sección de Humor y debía cumplir con unas expectativas que en el caso de él fracasaron. En cambio, la idea de que la publicación de artículos como éste afectan la sociedad plural que deseamos para nuestra Isla, es sencillamente excesiva.

Y quiero terminar con la primera objeción del agraviado Pérez a que hice referencia. Según Pérez, "que este autor (es decir, yo mismo) todavía tenga la osadía de considerarse colega de un escritor de la genialidad y el dominio ingenioso y sorprendente del lenguaje de Ramón Fernández Larrea, ya roza el atrevimiento". Si lee de nuevo mi artículo verá que nunca tuve el atrevimiento de decir que era colega de Fernández Larrea. Si quiere evitarse el trago amargo de la relectura créame, no lo hice. Apenas mencioné el hecho fácilmente comprobable de que compartimos espacio en la misma sección. Lo que por otro lado me enorgullece bastante, pues la amistad que hace más de una década nos une no ha suplantado mi algo más vieja condición de admirador. Pero sí debo advertirle que, aunque haya fracasado con usted no ha sucedido lo mismo con otros muchos lectores. Eso me estimula a seguir teniendo "la osadía que roza el atrevimiento" de intentar hacer humor. Siempre tengo el cuidado de encabezar los artículos con mi firma, así que tanto Pérez como cualquiera que comparta su idea del humor puede ejercer la democrática opción de no leerlos. Precisamente de eso se trata la democracia y la pluralidad. Lo otro es censura y coacción, y prefiero pensar que no es eso lo que el lector Pérez está proponiendo para cualquier Cuba presente o futura, real o virtual.

_____r e f e r e n c i a s_____

1. Carta de Amaury Pérez
[http://arch.cubaencuentro.com/cartas/2002/06/11/8279.html]

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