Viernes, 21 junio 2002 Año III. Edición 393 IMAGENES PORTADA
Opinión
La innecesaria década perdida

Período Especial en Tiempos de Paz: ¿Qué, para qué y hasta cuándo?
por LEONARDO CALVO CáRDENAS, La Habana  
Farmacia
Farmacia cubana en Período Especial. Venceremos...
¿a quién?

En los años noventa, la desaparición de los benefactores ideológicos y financieros del régimen cubano dejó al descubierto lo que era evidente para estudiosos y avezados: lo maltrecho de la economía nacional, la esencial ineficiencia del sistema, la inviabilidad del modelo. Así comienza una etapa de nuestra historia —que ya se hace larga— en la que junto al derrumbe de las estructuras socioeconómicas vendría la subversión y el desmoronamiento de muchos de los valores y paradigmas que habían sustentado durante tres décadas la "construcción de una sociedad más próspera y justa".

Sin embargo, la capacidad de eufemismo del hombre es grande y se agudiza en situaciones límites: a la crisis generalizada e irreversible del modelo comenzó a llamársele Período Especial en Tiempos de Paz. A partir de esta fórmula denominativa casi mágica, que hundía en el desconcierto a los más aguzados analistas, todo fue posible y justificado.

Desde ese momento fue más evidente en Cuba el congénito rechazo a la responsabilidad propia que aqueja, sin falta, a los poderes totales. Todas las depauperaciones y desgarramientos serán achacados al "bloqueo" norteamericano —que en estas circunstancias subía sus acciones en la retórica política del Gobierno— y a la supresión de las ventajosas y artificiales relaciones económico-comerciales con los países del otrora campo socialista. Para el alto liderazgo de la Isla todo era admisible y realizable con tal de no perder las conquistas del socialismo, es decir, el poder.

Antes de comenzar a vivir lo nunca imaginado los cubanos descubrieron que el voluntarismo extremo provocaba y permitía la descapitalización definitiva de su maltrecha economía. Entretanto, el Estado se convencía de que la "cambodianización" es impracticable en el Caribe, y que el hundimiento y el estallido sí eran posibles en la Isla.

En estos años se ha visto lo nunca visto: después de que tantos cubanos sufrieran prisión por la sola posesión de dólares norteamericanos "la moneda del enemigo" se enseñorea de las relaciones económicas y comerciales con muy lógicas y nefastas consecuencias para los amplios sectores de la población que no tienen acceso directo o estable a la divisa antes maldita, hoy imprescindible. La simple despenalización de la tenencia de moneda fuerte, gracias a las debilidades estructurales del sistema, redunda en una no declarada dolarización de la economía y la sociedad cubanas.

Con el pretexto de revitalizar la economía, el régimen otorgó a los extranjeros derechos y prerrogativas de inversión, propiedad, desenvolvimiento empresarial y disfrute que les son vetados a los nacionales. Este fenómeno, que se contradice abiertamente con la más rancia ortodoxia comunista —por razones obvias—, todavía no lesiona la soberanía nacional: lacera la dignidad ciudadana. Para los nativos queda reservado el papel de dócil mano de obra barata de empresarios foráneos y el llamado trabajo por cuenta propia, una especie de mínima empresa individual —a lo sumo familiar— especializada, fundamentalmente, en labores de servicios.

Los "cuentapropistas", trascendiendo limitaciones y presiones, han demostrado una vez más la disposición de trabajo y la capacidad empresarial del cubano, elementos que han sido totalmente obviados por las autoridades. Éstas, con toda suerte de imposiciones administrativas y fiscales, ponen al borde del colapso esta posibilidad de renacimiento económico desde la sociedad.

Los diseños encaminados a fomentar la inversión extranjera sin estimular el desarrollo coherente del mercado interno, y la intención persistente de arreglar los desequilibrios financieros con medidas en la esfera de la circulación —sin promover el aumento de la producción y la eficacia basada en el interés individual de los hasta ahora marginados sujetos nacionales— servirán, acaso, para garantizar el control político, nunca para impulsar el despegue económico.

Si bien los criterios convencionales de principios de los noventa parecen inevitables, un análisis sopesado de las realidades socioeconómicas actuales arroja la conclusión de que esta década de penuria y retrasos no era, no es, necesaria. Sólo la voluntad política de otorgar a los individuos, a la sociedad toda, los espacios de participación que por derecho y capacidad les corresponden, desatará las grandes potencialidades de nuestra economía, traduciéndose en desarrollo y bienestar para la nación cubana.


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