Viernes, 14 junio 2002 Año III. Edición 388 IMAGENES PORTADA
Opinión
Choteo o viceversa

En torno a la indignación de Pérez, los cubanos, el humor y la tolerancia.
por ENRISCO, New Jersey Parte 2 / 3

La palabra clave en el argumento del indignado Pérez es "tolerancia". Un modo bien particular de entender lo que es tolerancia. Se queja de mi burla a las opiniones vertidas por los de Orishas, burla a la que califica de intolerante y, a su vez, cuestiona el derecho a que dicha sátira aparezca en una publicación "caracterizada siempre por un clima de tolerancia y amplitud política, pero siempre dentro del más estricto rigor y calidad". Lo que nunca se me ocurrió cuestionar, el derecho de publicación de la entrevista a Orishas, es cuestionado en el caso de mi artículo por el indignado Pérez. Mi pregunta, el motivo por el cual escribo estas líneas, es: ¿qué clase de tolerancia nos está proponiendo Pérez? Mi sátira contra las opiniones de los Orishas parte de la idea de que el humor tolerante no existe, al menos en lo que respecta a tolerar la estupidez o el oportunismo. Una opinión que no respete la inteligencia y el sentido común del resto de las personas no merece a su vez el respeto de nadie, para no hablar de un humorista. Pedirle al humor que sea respetuoso con la tontería o la perversidad es simplemente pedirle que deje de existir, que pierda su razón de ser. O peor. Es privar a una sociedad de una de las armas más legítimas y civilizadas que tiene para defender de tales ataques al sentido común. No era una simple diferencia de opiniones políticas de lo que trataba en el artículo sobre Orishas (hay algún que otro fidelista honesto cuyas opiniones he llegado a respetar), sino un ataque a la ridiculez desplegada en el ejercicio de dichas opiniones. Ser partidario de un sistema del que se ha puesto toda la tierra y el océano posible por medio, decir que Fidel Castro y su régimen son ajenos a la falta de libertad artística en Cuba o valerse de todo tipo de manipulaciones históricas para justificar la permanencia del régimen castrista son opiniones que incluso una persona mucho más grave que yo no podría tratar con "seriedad y profundidad" sin sentirse bastante ridícula. Ante tanto ridículo es difícil imaginarse una burla indigna de tales opiniones.

Pero el indignado Pérez insiste en que las opiniones de Orishas merecen respeto. Para ello se basa no en las opiniones en sí, sino en que "esa agrupación (...) tiene méritos suficientes tanto en el sentido humano como musical para merecer un trato más respetuoso que el dado por el mencionado articulista Enrisco". El viejo argumento de los méritos que ha campeado durante un siglo de historia republicana. Según esta dinámica, quien tuviera méritos suficientes como el de haber peleado en una de las tantas revoluciones que se han dado en la Isla debía tratarse con el respeto que reclama Pérez, el admirador de los Orishas. Eso descalificaría, por ejemplo, el apelativo de "asno con garras" que Rubén Martínez Villena le endilgó a todo un general de las guerras de independencia como Gerardo Machado, o las sátiras contra las arbitrariedades y corrupciones cometidas por tantos que se aprovechaban de sus "méritos suficientes". Cuando supe del éxito de Orishas en Europa me alegré como cualquier hijo de vecino, pero eso no les da patente de corso para decir tonterías impunemente y que encima uno deba tomarlas en serio (tengo mis sospechas de lo que hasta ahora he preferido tratar como tonterías, pero que temo se trate de algo éticamente mucho más grave: que el procastrismo de Orishas sea en realidad una estrategia de marketing para vender en Europa a un grupo cubano. Como muchos artistas han experimentado en carne propia, el anticastrismo no vende. El castrismo, en cambio, con el tiempo y la decadencia ha conseguido convertirse junto a las palmeras, el ron, las mulatas y los carros americanos pre 59 en uno de los principales atractivos exóticos que ofrece la Isla).

Este asunto de los "méritos suficientes" nos lleva a un debate fundamental de la cultura cubana en el siglo XX. Es el tema de lo que preferiría llamar lo sagrado y lo profano en Cuba, es decir, los criterios que se utilizan para delimitar los campos de lo legítimo y lo ilegítimo, lo venerable y lo criticable y el modo en que preservan estos límites. Jorge Mañach —por poner el ejemplo más señalado— en su Indagación del choteo, criticando lo que consideraba un mal endémico y dañino para el progreso de la nación, señalaba la tendencia del cubano al choteo. El choteo, decía Mañach, delataba una fuerte quiebra en la escala de valores del cubano, que parecía reírse de todo aun cuando no hubiera motivos. La idea de respeto y tolerancia que nos propone Pérez procede de las mismas causas que el choteo, viene a ser su negativo idéntico y sólo puede parecer atendible en un país con muy poco entrenamiento en la tolerancia real. Puestos a respetar todo es respetable: desde la opinión honrada a la oportunista, desde un razonamiento brillante hasta la tontería más rotunda. Esas bases no han sido afectadas pese a todos los cataclismos históricos que ha sufrido la Isla, pasándose sin transición del choteo republicano a la gravedad revolucionaria. Pero los males y los síntomas siguen sin variar mucho: el cubano que parece reírse de todo conserva una susceptibilidad reverente hacia todo lo que considera sagrado, que es mucho aunque no siempre sean las mismas cosas. En Cuba cuando algo o alguien se considera "sagrado" todo lo que lo rodea, incluso sus imperfecciones, torpezas o deslices, se considera "sagrado", intocable para todos y mucho más para los humoristas.

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