Lunes, 24 septiembre 2001 Año II. Edición 198 IMAGENES PORTADA
Opinión
Mi doble moral

Académicos cubanos: La disyuntiva entre la descortesía de la verdad o la aristocracia del silencio.
por EMILIO ICHIKAWA MORIN Parte 1 / 2

En cierta ocasión, durante uno de esos congresos donde confluyen cubanos de la Isla y del exilio, me sorprendí tachando algunas frases definitivamente anticastristas en el texto que tenía preparado para leer.

Como me sentí en franca minoría ante colegas que mostraban una adhesión (real o fingida, da lo mismo: la apariencia es la esencia en la existencia) a Fidel Castro, atribuí ese gesto de autocensura al miedo. El temor a lo diferente y a ser diferente, la desprotección en la soledad de un medio donde "caer bien" es la meta final, un hábito que nos persigue más allá de las fronteras o del gris de nuestro pasaporte cubano. Ese elemento, pues, era algo a tener en cuenta para explicar mi actitud.

Después, en el hotel, más calmado, me dije que mis tachaduras podían constituir también una sencilla muestra de cortesía. A los defensores públicos de Castro tampoco se les suele ver muy cómodos; apenas muestran resolución en su conducta y son muy poco persuasivos. De ahí que presentarles una verdad opuesta a la que previamente han diseñado en el guión para la actuación pública, pudiera significar un descubrimiento de lo obvio: nadie sabe mejor el absurdo del totalitarismo que quienes tienen que padecerlo.

Así que me guardé las frases diáfanas y los diagnósticos radicales sencillamente para no molestar a los visitantes. Pero mi decisión no debía quedar aquí; yo estaba obligado, además, a descubrir, detrás de mis dobleces e insinceridades, alguna condicionante en términos intelectuales. Es decir, tenía ante mí la tarea filosófica de aristocratizar el silencio.

Fue así que se me ocurrió, o descubrí, que hay dos campos epistémicos aislados para discutir sobre temas cubanos, y que esos campos obedecen a dos tradiciones diferentes de asumir el saber, y también de ejercerlo.

Fue tema de M. Foucault en el Colegio de Francia perfilar una actitud ante el saber filosófico sustentada en una definición "suave" de la verdad. El privilegio epistemológico, según Foucault, no se establecía por el grado de coincidencia entre la idea y el ser, sino por la eficacia discursiva de la proposición. Históricamente, esto significaba dar la razón a Protágoras sobre Sócrates. No se estudia para alcanzar los enigmas de lo universal verdadero, se hace para "jugar" y, en última instancia, para ganar. Resulta más importante el éxito que la veracidad.

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