Viernes, 24 enero 2003 Año IV. Edición 541 IMAGENES PORTADA
Semblanzas
La Única

Entre los grandes mitos de la música cubana, el de Rita Montaner destaca por su capacidad de ser, a un tiempo, comprensible y misterioso.
por JOAQUíN ORDOQUI GARCíA, Madrid Parte 1 / 2
Rita

De todos los grandes mitos de la música cubana, uno de los más explicables y misteriosos (simultáneamente) es el de Rita Montaner. Explicable, por su calidad como cantante; por su capacidad de interpretación, que dotaba de vida propia a las obras que pasaban por su voz y que le permitía asumir con igual destreza los énfasis más dramáticos y los más humorísticos; explicable, también, por su mulatez perfecta —el color de la piel, la música que hacía, su mismo carácter—, que la elevó, creo, a categoría de símbolo nacional. ¿Dónde está, pues, el misterio? En su pervivencia, pues Rita Montaner, cuyo nombre es conocido por todos los cubanos (hay incluso un grupo teatral habanero que lleva su nombre), ha sido escuchada poco o nada por la mayoría de los cubanos vivos. Es alguien cuyos méritos nadie ignora y nadie conoce. El mito por antonomasia.

Pero ese mito, como casi todos, nació y lo hizo el 20 de agosto de 1900, en la villa de Guanabacoa, lugar cuyas características han sido expuestas en las semblanzas de Bola de Nieve y Ernesto Lecuona, nativos del mismo lugar. Allí hay una enorme concentración de población negra y, además, desde tiempos de la colonia se vienen produciendo algunas de las más poderosas y generalizadas manifestaciones de la cultura afrocubana, tanto desde el punto de vista de la religión como del de su eterna acompañante, la música. Hay un proverbio chino que dice: "El patriotismo no es otra cosa que el recuerdo de los olores de las comidas de la infancia". En Cuba, me atrevería a añadirle que puede ser también el recuerdo de los sonidos y los movimientos.

Hace algunos días exhibieron en un canal español la película Vengo, del argelino Tony Gatlif, actuada, en papel protagónico, por el bailador flamenco Antonio Canales. Tras la proyección, hubo un interesantísimo panel con ambos, en el que se destacó, entre otras muchas cosas, la importante relación de los gitanos con la música y el baile, presentes en todas las alegrías, tristezas y disgustos que les proporciona la vida. Y es que hay pueblos que mantienen (tal vez que preservan) un vínculo con estas artes primigenias (las primeras en aparecer, según todos los indicios) que va mucho más allá de la localización a la que suelen ser circunscritas estas manifestaciones emocionales. No necesitan, quiero decir, un espacio o un momento delimitados para tales funciones, sino que las hacen surgir espontáneamente como acompañamiento indispensable a casi cualquier estado de ánimo. Sin llegar a los extremos de los gitanos (menos integrados y, por tanto, menos inhibidos por la modernidad), algunos pueblos de América con profundas raíces africanas, como Cuba, Brasil y los Estados Unidos, mantienen esas relaciones cotidianamente litúrgicas con la danza y la música, lo cual podría ser una explicación de la enorme influencia que han ejercido sus manifestaciones en el mundo contemporáneo. No parece casual que Guanabacoa, gracias a la vitalidad con que se han mantenido a todo lo largo del siglo XX las más importantes culturas afrocubanas (regla de Ocha, Abakuá, Palo Monte), haya producido también las tres figuras mencionadas, quienes, tanto desde la composición (Lecuona) como desde la interpretación (Montaner y Bola de Nieve), estuvieran entre los más destacados representantes de uno de los fenómenos que más favoreció nuestro mestizaje cultural: el teatro musical que se desarrolló en Cuba desde la segunda mitad del siglo XIX.

Por lo menos desde el XIX de Cirilo Villaverde, se produjo esa atracción que ejercía "lo negro" hacia las clases sociales blancas más acaudaladas y europeizantes; atracción basada en la sensualidad de culturas que habían perdido sus propios mecanismos sociales inhibitorios y que tampoco habían asumido los de la cultura del poder. El teatro musical fue acaso la primera manifestación que, proviniendo de la cultura blanca, utiliza, explícitamente, las afrocubanas como materia prima; y se da la paradoja que las primeras manifestaciones de ese mestizaje desde el poder fueron burlescas, condición que, de una u otra forma, se mantiene durante el siglo XX. A pesar de ello, los negros y sus culturas pudieron aprovechar esa oportunidad para comenzar a introducirse en el ser nacional y conformarlo. Evidentemente, esos vasos comunicantes no son exclusividad del teatro musical. Lo que sí vale la pena destacar en ese proceso integrador es el rol que, por vías diferentes, juegan la música y el baile en la gestación de lo cubano. El danzón, el son, la rumba, las comparsas y la conga, la obra de Saumell y la de Ignacio Cervantes, las de Roldán y Caturla, son diferentes manifestaciones de una misma búsqueda pautada por la necesidad de una identidad nacional.

Salto a cont. Siguiente: Y es precisamente... »
1   Inicio
2   Y es precisamente...

Imprimir Imprimir Enviar Enviar

En esta sección

Música, humor y sorpresas
JOG, Madrid
Un añejo pianista
NOTICIERO
SOCIEDAD
ECONOMÍA
CULTURA
INTERNACIONAL
DEPORTE
MÚSICA
semblanzas
dulce cantar
OPINIÓN
DESDE...
ENLACES
Chat
ENTREVISTA
Cartas
BUSCADOR
Galeria
Mini
EDICIONES
» Actual
« Anterior
Seleccionar
D:  
M:  
A:  
   
Voto
 
 
PORTADA ACTUAL NOSOTROS CONTACTO DERECHOS SUBIR
 
© 1996-2003 Asoc. Encuentro de la Cultura Cubana.