Viernes, 06 diciembre 2002 Año III. Edición 510 IMAGENES PORTADA
Semblanzas
Gonzalo Roig, un referente indispensable

El autor de 'Quiéreme mucho' contribuyó a erigir, desde la música, lo que hoy conocemos como 'cubanidad'.
por JOAQUíN ORDOQUI GARCíA, Madrid Parte 1 / 2
Roig

El libro La música en Cuba, de Alejo Carpentier, es indispensable para conocer ciertos aspectos de nuestra historia musical. Sin embargo, está marcado por una visión del arte, separado en estancos o cajones, en el que la cima es la música de vanguardia de tradición europea. Si algo ha envejecido es, precisamente, esa perspectiva según la cual hay una música "seria" (obviamente: la de tradición europea y de vanguardia) y otras muchas que no lo son, o no lo son tanto.

De las muchas y escandalosas omisiones del libro (sobre todo si tenemos en cuenta lo abarcador de su título), una de las más notorias es la de Gonzalo Roig, a quien sólo se le menciona una vez, en el capítulo dedicado a Roldán y Caturla, como director de la Orquesta Sinfónica de La Habana que fundara en 1922, junto a Lecuona (otro gran ignorado por Carpentier), Sentenat y otros colaboradores.

Es cierto que Roig, quien había nacido en La Habana el 20 de julio de 1890, no se caracterizó por hacer música de vanguardia, y durante la primera mitad del siglo XX parecía obligatorio romper esquemas si se quería ser tomado en serio por los sectores más intelectuales de Europa y América.

Tampoco hay que comparar su figura con las de Roldán y Caturla, sin duda alguna mucho más innovadores. A pesar de todo ello, Roig tiene un espacio, y muy importante, en la historia de la música en Cuba como compositor y divulgador. El solo hecho de haber escrito Quiéreme mucho, una de las canciones emblemáticas de la cubanidad (estrenada en 1911 por el tenor Mariano Meléndez), hace de su presencia en nuestra historia musical un indispensable referente.

Junto a Lecuona, Grenet, Simons, Guzmán y otros músicos con sensibilidades afines, llenó un espacio intermedio entre lo más popular (rumba, son, música campesina, etcétera) y la elite, espacio decisivo en la conformación de una sensibilidad nacional que se define, precisamente, durante las primeras décadas del XX, el momento en que Roig se encuentra en toda plenitud.

La vida de Gonzalo Roig es inseparable del quehacer musical visto como un todo, como una profesión que sirve tanto para satisfacer los propios deseos espirituales como para ganarse el sustento. Su formación inicial fue un tanto azarosa. Comenzó a estudiar piano, teoría y solfeo en 1902, y más tarde ingresó en el Conservatorio Carnicer (Orovio, Diccionario de la música cubana). Pero había que trabajar y era mejor hacerlo en la propia profesión (también lo hizo como cantinero en su temprana juventud), así que en 1907 se integró, como pianista, a un trío que "sonorizaba" las exhibiciones de cine silente. Como señala Díaz Ayala (Música cubana: del areito a la nueva trova), no siempre se necesitaba un pianista, así que Roig aprendió violín y contrabajo como una forma más de garantizarse el empleo.

A pesar de su condición de multiinstrumentista (o tal vez gracias a ella), será la dirección orquestal la actividad a la que se dedicará por completo, si se exceptúa, claro, su labor como compositor.

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